Todos los días converso con peruanos mayores de 60 años en promedio, luego de haberlo hecho con peruanos menores de 30 años -también en promedio. Siento que hay un vacío enorme entre dos mundos que se están volviendo diferentes, agresivamente enfrentados en un terrible silencio que es de acciones contrapuestas, de ofensas a empujones, de miradas que no se cruzan y de abrazos que ya no existen. Es lamentable este escenario que se hace cosa común y muy pocos lo advierten para corregirlo, para cambiarlo, para hacerlo retroceder al momento donde la Familia era lo más hermoso que podías tener, hasta que a alguien en la política se le ocurrió destruirla porque era un camino seguro para implantar el imperio del dolor y el menosprecio, a cambio del placer y la dominación.
Destruir lo bello para implantar lo negativo como nuevo, como “felicidad”. Negar el respeto y el cariño, insultar la tradición y el ejemplo, destruir a golpes de menosprecio las canas que ennoblecen vidas, las historias que nos cuentan lágrimas y sonrisas, es y ha sido el objetivo de un materialismo absurdo, de un mercantilismo ofensivo, de una “nueva sociedad” de todo nuevo: lenguaje, modas, verbos, sexos, iras, autopercepciones, odios, violencias “justificadas”, derechos que no lo son, deberes que ahora “son”… se ha creado un mundo donde sobrevivir no es suficiente.
¿Triste imagen? ¿Penosa película? ¿La fotografía del olvido? Puede ser, pero hay que tratar que no sea más, para que no se repita de nuevo, una y otra vez, haciendo doler el alma, haciendo sangrar la esperanza.
Todos los días que converso con personas mayores de 60 años, recibo tristes y sufrientes testimonios de pensiones arrebatadas, de casas arrebatadas, de patrimonios arrebatados, de sentimientos arrebatados, allí ocurre, aquí también, allá donde hubo una Familia unida hoy reina una profunda división porque a alguien se le ocurrió hacer “su presupuesto” con la herencia ajena, para despojar hermanos, para destruir hermanos, para enfrentar y dañar hermanos, a fin de mantener el sucio aprovechamiento de alguien perversamente ambicioso.
En el Perú envenenado por los discursos de lo fácil del dinero y del perfume del odio, muchos están solos y tienen familia, los empujan al techo o “al cuarto del fondo” -para que no los vean, ni los huelan-, otros son abandonados en la puerta de un hospital, de una Iglesia o un albergue, nadie los cuida, los desechan con asco, esperan que se consuman en la tristeza y la soledad, que se mueran para que no estorben más.
De cada diez familias donde los padres han fallecido y existe una propiedad como herencia, en seis hay líos y juicios, demandas y ataques entre unos y otros porque alguien encendió la flama de la ambición por dinero, por tener más o tener lo de otros, siendo de ellos también. Y ese, no fue el mensaje ni el ejemplo de su formación, de su casa, de sus padres que con tanto esfuerzo construyeron una propiedad para todos, un refugio como salvavidas, no como presupuesto, porque si se ve como presupuesto de un viaje, de carro nuevo, de placeres nuevos y bajo la sombra, con la herencia nacen las innobles tendencias a apropiarse de lo de los demás en beneficio de uno, por encima de todos. Cobardía, traición, maldad, gran sinverguenzería, bajeza; esa es una semilla maldita que germina luego de la muerte de algunos padres, lamentablemente o está siendo criada en silencio, antes que se vayan los viejos.
Pero también, es la “espera del deceso” una etapa innoble, donde algunos cuidan de sus padres y otros se hacen los dolidos sin asistirlos hasta que ocurre el día final y presurosos ven “en cada bien”, unas cuantas monedas más para sus bolsillos.
Todos los días converso con peruanos menores de 30 años que me dicen cuánto les duele ver que esto ocurre casi a diario en muchas familias -que ya no son familias- y que sienten que de llegar a viejos algo debe cambiar, porque algunos entre 30 y 60 están como alegres-presurosos-desesperados por el entierro de sus viejos.
El mundo se olvida de los viejos y los viejos deben resistir, tienen que usar su inteligencia y maravillosa habilidad para recomponer la sociedad de los frutos podridos y sacar nuevas semillas, de árboles rectos, fuertes, de buena madera, que den protección con sus ramas y hojas para que apaciguen el viento. Bosques de esperanza, resistentes, amplios, donde fluya abundante luz…
No se olviden de los viejos, ellos no se olvidan que hay un destino complicado para sus hijos y para los que siguen de sus hijos. Que no se entierre el amor.