Si te detienes ante uno de los pocos quioscos de periódicos que quedan alguna ciudad del país, porque en otras ya no se ve ni quisiera uno como expendedor de gaseosas y caramelos, chucherías y lentes, es muy difícil que las caratulas de los diarios sean la atracción de los transeúntes, como siempre lo fueron, hace años, en cada esquina importante.
Hoy no están La Prensa ni El Comercio de antes, tampoco La Crónica o su Tercera, menos Última Hora. Languidecen la mayoría y están subvencionados y colgados los demás. Y esto se debe a las mentiras que son portadas, a la maldad que es noticia de daño, a los pésimos periodistas que ensucian la profesión.
Están los diarios en extinción, casi al mismo tiempo que las izquierdas del odio, casi en sintonía con los miserables “rostros arrodillados” de la radio y la televisión que la gente, en unidad de ideas y adjetivos menciona, en su conjunto, como prensa basura, lamentablemente.
Y en su reemplazo, hay millones de nuevos medios que son encarnados por la gente, por los ciudadanos, en las redes sociales donde también, los restos de los medios, trataron de imponerse “comprando seguidores” para dar una fachada de apoyo masivo, pero han sido descubiertos en su pobreza profesional y su miseria humana. Así, algunos con millones de supuestos seguidores, no tienen ni diez lectores o veinte comentarios diarios en sus post y opiniones, en sus mensajes de odio, rencor y resentimiento.
La maravilla de la verdad ha resucitado en cada computadora, teléfono o escritura individual en las redes sociales, mientras la peste de la mentira periodística se ha hundido más en el hoyo de esos medios que vivían haciendo temores y sospechas para el daño al rival o al que le decían que ataquen.
El periodismo es ciudadanía, ahora.