Aturdidos por los cambios regionales presidenciales hacia la centro-derecha y la derecha, como ocurre en Ecuador y masivamente en Paraguay, así como al inobjetable avance en Chile bajo el liderazgo de José Antonio Kast y el Partido Republicano (superando el 65% de fuerzas democráticas, como cuando se dió el rechazo al absurdo borrador constitucional que pretendía imponer la extrema izquierda de la violencia y el odio), junto al crecimiento y proyección de Javier Milei en Argentina, el gran triunfo de Rafael López Aliaga en la capital del Perú, la consolidación de Nayib Bukele en El Salvador y la caída constante de AMLO en México abriendo un mayor camino a Ricardo Anaya, ese marco de referencias y pasos fuertes le está ocasionando desesperación a la izquierda latinoamericana en su conjunto, para ponerse en marcha contra toda expresión de democracia, aún la que ellos mismos, por extraña decisión y confusión electoral -los comunistas de variados nombres pero un mismo origen- llegaron a tener en algunas zonas, para luego traicionar a sus votantes y traicionarse entre ellos mismos, como siempre.
Las izquierdas del odio, la violencia, la agresión, el “revanchismo contra la democracia” y la búsqueda de espacios para subsistir en el Estado (infiltrándose, consiguiendo contratos inespecíficos y subvenciones injustificables) tiene una nueva agenda en el Perú, reivindicar el mensaje de Sendero luminoso: “petardear, bloquear, provocar, agredir, confundir, movilizar, arrasar, desmontar y violentar toda expresión contraria al modelo marxista de dominio de masas. Por eso, arman de una forma u otra “estallidos sociales” que no son nada, no representan nada, pero se usan incendiariamente para construir un lenguaje y una serie de slogans que se van repitiendo como “hechos históricos en la siembra de la dialéctica” (mismo maoísmo reciclado).
La agenda del odio, la de las izquierdas, va por el momento por repetir movilizaciones pequeñas con grandes anuncios y muchas organizaciones de fachada que las impulsen (imaginariamente crean grupos, colectivos, asociaciones, medios alternativos de fachada y comités de lucha o asambleas de puro nombre que encabezan “comunicados a la opinión pública” que nadie lee). La fórmula, creen los oportunistas, es “encender actos violentos y tener recursos de vista” (lanzarse contra las fuerzas del orden para llamar la atención, autolesionarse, ocasionar reacción por indignación, llevar niños y ancianos a protestas que no concitan atención y crear en ese teatro la escena de una represión forzada).
Les urge, a las izquierdas del odio, mostrar convocatoria -no la tienen-, lograr capacidad de movilizar grandes masas -no lo pueden hacer-, tener y transmitir credibilidad en sus palabras y propuestas -no tienen palabra y carecen de propuestas, a sus repetidos gritos de justicia o supuestas reivindicaciones nadie les cree-, demostrar que tienen líderes y que ejercen liderazgos -esto es lo más grave de todo, porque no tienen ni dirigentes honestos, ni convocantes con transparencia, porque son maestros en la división y traición-. El drama, es su agenda, su agenda es el odio. Eso es la izquierda en el Perú.
Imagen referencial, Ironía de una violenta protesta de la izquierda… “contra la violencia”