Del mal ejemplo, nacen las malas costumbres, y eso en el Perú se ha convertido en una tradición que se asume ni bien llegan al cargo temporal los funcionarios públicos designados para la pelea habitual. Pésimo ejemplo, pésima costumbre.
Estamos viviendo tiempos largos donde lo peor es lo usual y donde lo insensato se ha vuelto racional para las mayorías que ven pasar lo que sucede, como si fuera parte de la normalidad a la que debemos respetar. Es como si se hubiera legalizado lo ilegítimo y tenemos que soportarlo.
Los poderes del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial) han sido “aumentados” por lo “no poderes” como el electoral, el fiscal, el mediático, el de eso que le dicen sociedad civil y muchos otros que se asumen como si fueran poderes equivalentes o equiparables. Y es que ahora, todos tienen poder para destruir, siendo que un poder, es en esencia para construir ciudadanía, justicia, respeto, orden.
Somos el resultado de las luchas de “poderes y no poderes” que se creen poderes. Así nos encontramos en este momento y desde hace unas largas décadas de caos aceptado y caos construido sobre la base de la destrucción institucional.
Discutimos dónde se construirá un establecimiento penitenciario, pero no resolvemos dónde poner al crimen, al delito. No existe agendas de soluciones para problemas identificados, sino una larga lista de gastos para el robo institucionalizado. ¿Se dan cuenta? Necesitamos edificar, pero nos satisface demoler, requerimos usar el intelecto pero lo reemplazamos por la brutalidad de la ignorancia hecha ley y presupuesto.
Pensamos -es un decir eso de pensar-, en realidad reaccionamos impulsivamente, como un resorte, para proponer diálogo y moderación (no es una contradicción, es un resultado observado) pero terminamos como al principio, en la irracionalidad extrema.
Hemos sido sacudidos por la torpeza para aceptar lo que las izquierdas del odio imponen cada cierto tiempo: reformas y más reformas a las anteriores y nuevas reformas. Ese es el gran drama que impide la institucionalidad y en consecuencia, la solución es volver al principio para conservar lo que sirve y alienta, lo que impulsa y persevera en la racionalidad y sostenibilidad, nada más