No se trata de una broma, sino de la triste realidad a la que nos han conducido operadores del crimen y de la política, que es casi lo mismo hoy en día, porque el interés en el delito (corrupción e impunidad) se comparte entre los que quieren gobernar para robar y los que roban para gobernar. Ambos grupos están como en alerta permanente para detectar sus oportunidades o para crearlas según sus conveniencias, por encima de lo que requieren los peruanos. Estamos a merced de un mercado de garantías para mentir, robar y matar. Ese inmenso mercado se compone de los mismos de siempre, de los culpables de siempre, operadores políticos organizados en colectivos violentos, en agrupaciones agresivas con discursos de odio, como verdaderos agentes de voluntad de división y enfrentamiento constante (típico del mensaje de la lucha de clases, trasladado provocadoramente a la pelea ciudadana).
En ese contexto, los políticos que vemos desde hace décadas, distantes de los que desarrollaron las instituciones que se basaban en una doctrina sólida y en una organización nacional como partidos políticos y no como hordas electoreras, han hecho de sus ocupaciones el arte de la destrucción del oponente honesto, del compatriota que se preocupa e intenta participar para lograr objetivos de trascendencia. Por eso, los políticos de temporada son en realidad, artistas del engaño que aparecen en elecciones y desaparecen con los resultados, pero se insertan de nuevo en el Estado (gracias a sus componendas con los gobiernos nacionales, regionales y locales).
Solo les anima conseguir como sea, donde sea y en la forma que sea (engaño, estafa, promesa falsa, demagogia, populismo, mentiras) el Voto de cada ciudadano y luego, que se frieguen. En esa vil tarea, no escatiman recursos ni pactos, acuerdos, traiciones, vendettas o promesas de palabra falsa. Esa conducta perversa, va en todos lados como un virus. Es de izquierda, es de derecha también, pero en especial es de esa miserable argolla que se dice de “centro” y que oscila a un lado y al otro, “comodinamente”.
La realidad se vuelve a repetir en escenas ya vistas, ya padecidas. Y de seguro seguiremos en la misma escena de la misma película, porque así es el Perú, una sociedad contradictoria, casi suicida, hermosamente aceptante de su fatalidad.