Inicio recogiendo dos frases de un video que circula en redes sociales del filósofo español Antonio Escohotado recientemente fallecido en noviembre de 2021 en el cual comparte una cita de Hegel quien decía que “libertad es conciencia de la necesidad”; además de cita propia que dice “libertad que no sea responsabilidad, fraude”. Estoy seguro de que muchos lo deben haber visto. A los que no, les recomiendo que vean el video de su conferencia “los enemigos del comercio” en YouTube.
Con estas dos citas retomemos nuestras conversaciones respecto del modelo sociopolítico económico que hemos denominado la “Economía de la libertad”. Dijimos previamente que la “economía de la libertad no es, más o menos estado, respecto de otros modelos”. La razón es que, por un lado, no se asume visión simplista al compararse con otros modelos; y la otra, por la forma en que participa en sus diferentes batallas para alcanzar la plenitud económica.
Me explico. Este concepto de legitimidad fiscal está muy ligado a toda la economía y se puede distinguir claramente su influencia en toda la demanda agregada. Solo para precisar. La demanda agregada engloba el consumo, el gasto y la inversión en bienes y servicios que tanto las empresas, los consumidores como el estado están dispuestos a pagar a precios y por periodo determinados.
Robusto Consumo
La legitimidad fiscal, conocida como la confianza que gana el estado mediante el apropiado gobierno de la recaudación y del gasto de los tributos, es uno de los ejes dentro de la “economía de la libertad”; porque es la forma de obtener “título moral” para poder encarnar las luchas de los pueblos. Dado que “significa comprometida acción de redención, de enmienda [de libertad]; respecto de aquellas cosas que significan yugo”.
Dentro de la “economía de la libertad” no se subsidia el crecimiento del consumo y tampoco se destruyen o arrebatan excedentes creados. Por otro lado, a diferencia del libre cambio comercial expresión del liberalismo, que se basa en la eliminación de todo tipo de prohibiciones, restricciones o imposiciones que afecten la decisión libre de consumo de las familias. La “economía de la libertad” no considera que la intervención estatal sea nociva e inconveniente. Por lo general, en el comercio se respetan las “leyes del mercado” y las “leyes naturales”, de preferencias por lo propio, por dar preferencia a la vecindad geográfica; junto con el hecho que no exista distorsión por impuestos ni agobio desigual a consumidores.
En conclusión, la “economía de la libertad” gusta de un consumo robusto, saludable y geográficamente relacionado, que no valida ni protección para consumidores ni prohibición de ofertantes, incluso los monopolísticos. Porque considera ambas políticas como dos grandes falacias o ilusiones, dado que en la práctica no se concretan de manera efectiva y en los hechos no hay medición científica alguna que indique que se ha obtenido mayor efectividad con esas políticas.
Por el contrario, la historia económica está plagada de menciones que confirman que: por un lado, la intervención estatal con multas y sanciones no detiene prácticas comerciales “injustas, engañosas y fraudulentas”; y por otro que regularmente, ha sido el estado quien ha otorgado las condiciones favorables (licencias, permisos y exoneraciones) que han permitido constituir o construir los monopolios actualmente vigentes.
Termino esta parte recordando que, en economía de la libertad, no se tolera un estado paternalista que castre el consumo y sus posibilidades de crecimiento, creando dependencias; y se privilegia, además, el derecho de tener todas las opciones posibles para que los consumidores puedan escoger libre e informadamente.
Legitimo Gasto
Pero además, en la “economía de la libertad” nos distanciamos del liberalismo moderno, el cual tiene hoy como centro de su falsa lucha contra el “gigantismo estatal”. Porque más que luchar contra el sobrepeso, luchamos contra la inconsistencia y el envejecimiento. Por eso recogemos en nuestras políticas los esfuerzos de multiplicar la “destrucción creadora” de Schumpeter al interior de los gobiernos, dado que es necesario esfuerzo continuo para lograr resultados en este factor clave en la supervivencia de los estados.
La inyección schumpeteriana de “destrucción creadora”, requiere administración decidida y frecuente. Incluso de manera preventiva, para atender “al siempre señorón” estado que tiende a ser “rimbombante, ocioso y reumático” [en unos casos rico y en otros no], que por falta de voluntad para moverse por sí mismo, confía la administración de sus bienes a distintas clases de allegados y vivos”. Unos pensamos, como es mi caso, que por vía intravenosa es más eficaz y rápido; porque es evidente que se requiere obtener legitimidad fiscal de manera uniforme (anticentralista).
En la “economía de la libertad” el estado gana legitimidad fiscal siendo “antiimpuesto”, “antidespilfarro”, “anticentralista” “antientreguista” y “antiincapaz”. Me explico. El primero concepto entendido, como el rechazo a impuestos inútiles, mal concebidos o regresivos, impuestos que no maximizan la recaudación durante periodos de crecimiento económico, ni minimizan la contracción de ingresos tributarios durante recesiones. Incluso esta dentro de este concepto, el rechazo al aumento de tasas prefiriendo sistematizar pagos, porque maximizan la recaudación.
No olvidemos que hemos confirmado que: a) los “antiimpuestos” pagan impuestos porque les conveniente a sus intereses de asegurar la libertad del ciudadano y sus descendientes y que en la “economía de la libertad” tenemos la hipótesis que la informalidad es inversamente proporcional a la legitimidad fiscal. Si bien “legitimidad fiscal” es un término usado por OCDE, hay otros autores como el Banco Mundial que le llaman “desempeño gubernamental”, pero está claramente identificados ambos conceptos con la informalidad.
Voy a hacer aquí una breve digresión, aunque considero que el tema debe ser tratado más ampliamente, pero no debo dejar cosas sin precisar por ampliarlas en otro momento. Nosotros consideramos que hay consenso en que la informalidad (a pesar de que hay diferentes tipos) surge: “cuando los costos de estar dentro del marco legal son superiores a los beneficios”.
Nuestra hipótesis de “inversamente proporcional a la legitimidad fiscal” es porque consideramos que la informalidad es resultante de una combinación de los siguientes factores: a) malos servicios públicos, b) maltrato al ciudadano contribuyente, junto con c) ausencia de control, y d) una mala y turbia legalidad, que en conjunto agobian al consumidor que pasa a ser ofertante. Como dije no descartamos para nada el uso del método científico. Por el contrario, privilegiamos su uso. Pero dado los niveles alarmantes de informalidad, más que esperar estudios cuantitativos completos consideramos que la solución a una patología económica recientemente aparecida es frecuentemente conductual.
Por ello proponemos cambio en los patrones o hábitos del señorón rimbombante, ocioso y reumático en lo que respecta a los cuatro aspectos mencionados. En la “economía de la libertad” tenemos el valor suficiente para asumir el reto de obtener título moral basado en este parámetro, y a pesar de que la informalidad muestra niveles alarmantes. A diferencia, de la planificación centralizada con igualdad y del liberalismo, en la “economía de la libertad” no tenemos obsesión por mostrar mediciones cuantitativas sobre indicadores dando a conocer su sensibilidad respecto de la informalidad, incluyendo la “economía sumergida”.
Las hacemos y sin problemas nos apoyamos en la tecnología que nos permite hoy hacer lo que hace cuarenta años no podíamos con nuestras dos manos ni usando calculadoras científicas. Pero hemos desterrado a “pontífices del diagnóstico” de nuestras filas, más ante nuevas enfermedades, porque la característica dentro de nosotros es “el hacer bien”. “Do it right”, como dicen los gringos.
Continuemos. Técnicamente por principio la “economía de la libertad” se opone a implementar o mantener toda política fiscal regresiva. En razón que continuar permitiendo que hogares de la capital (centro) reciban los mejores bienes y servicios públicos, no es solo condicionar la libertad, sino condenar a la sumisión por incapacidad. Por ello “antiincapaz” incluye el rechazo al trato desigual al ciudadano-contribuyente, tanto desde la perspectiva de los ingresos como del gasto.
Como pueden ver en la “economía de la libertad” se está lejos de todo mercantilismo entreguista, tanto de derecha como de la izquierda, más de la incompetente que recibieron miles de millones en asesorías y consultorías, y que pregonaban voz en cuello e investidos en sus togas “empleo digno, educación de calidad y salud oportuna”. Pero sus políticas públicas al cabo de los años no tenían “título moral” por el despilfarro, el entreguismo y porque estaban alejadas de esos objetivos necesarios de la mayoría del país.
Hay propuestas que incluyen la aberración de pretender combinar la “economía de mercado” y “planificación centralizada”, diciendo que combinan lo mejor de ambos mundos. Lo que no dicen que también combina lo peor de esos mismos mundos. Haciendo que el despilfarro se extienda y se agrave con la falsa lucha que significa la “justicia tributaria”. Así corre el despilfarro como enfermedad infectocontagiosa junto con el maltrato que aleja al ciudadano-contribuyente dentro del estado.
Por un lado, gastos inoportunos, inapropiados o excesivos aparecen por doquier haciendo grave daño acumulado. Mientras el MEF, es corresponsable porque mantiene ese despilfarro por la falta de legitimidad fiscal de sus políticas dado que es más fácil estar “preocupado” en equilibrios financieros (mantener déficit estructural y ratio deuda producto) y que “ocupado” en los económicos.
Las historias de maltrato al ciudadano-contribuyente abundan en las diferentes escalas de la renta nacional a pesar de que la historia económica puede confirmar sin duda aquello que la simple observación indica. Que hoy se disponen de más profesionales con post grados en la administración pública que hace cien años. Muchos de ellos con mención en políticas públicas. Sin embargo, la descoordinación e incapacidad para solucionar los problemas que demuestran las políticas públicas, campea por doquier.
Por ello, la meritocracia que se construye dentro de la “economía de la libertad” no es en función de grado académico obtenido sino de título moral. He allí la preferencia por los equipos de trabajo. Porque la “destrucción creadora” Schumpeteriana no destruye lo que viene funcionado hasta estar seguro de que lo nuevo, provee más o cuando menos igual que lo que había.
Dentro de la gestión presupuestal del estado, el gasto excesivo e innecesario, que es repudiado por el ciudadano-contribuyente, es como un hijo que se sabe existe y se le mantiene sin ser reconocido. La permanencia de esta conducta solo será penalizada en el tiempo cuando el pueblo participe en la gestión de presupuesto por resultados.
Además, porque en los estados conviven tristes dependencias atrofiadas de funciones y desperdigadas por diferentes partes de su señorona majestad; con las de rango regional, ministerial, de autonomía constitucional con carnosas partidas presupuestales, que están “supeditadas a todos los caprichos y a todas las influencias”. Por ello, se atiborra la lista de dependencias mal organizadas, junto con las que no se dan abasto para proveer calidad en los bienes públicos.
Así campea la actitud del “señorón estado”, que no tiene convicción a ir tras el despilfarro, tras los caprichos y las influencias que por todas partes lo afectan. Incluso hay tanta inconsistencia con estas “reglas fiscales” que solo un “loco” se sometería a la autoexigencia de la eficacia, porque sería perder presupuesto.
Puedo confirmar sin temor que esta actitud viene desde la cabeza del MEF porque “asume Waldo sin criticar a Tony, Pedro sin criticar a Waldo, Oscar sin criticar a Pedro, Kurt sin criticar a Oscar y Alex sin criticar a Kurt, porque todos venden su pluma a la misma editorial “hacer poco y decir menos”. Cuando digo critica no me refiero a las expresiones en la prensa sino a ¿Cuándo se va a reconocer los problemas de fondo que afectan la legitimidad fiscal? Sin mejoras objetivas en la legitimidad fiscal, los políticos y la tecnocracia perderán, y se escuchará cada vez más, fuerte y frecuentemente, reclamaciones falsamente revolucionarias. Ello porque la verdadera revolución es hacerles frente a los problemas.
Revolucionaria Inversión
Esta es otra parte que destaca dentro de la descripción de la “economía de la libertad”. Porque la inversión, principalmente es la que se realiza para construir nuevos modos de organización de los factores productivos, creando capital tecnológico que aumenta la productividad; y, por lo tanto, mejorando los ingresos. El fomento de la Inversión es la verdadera revolución, porque para invertir sin crédito primero tenemos que ahorrar. Dado que sin renunciar a consumir hoy no es posible invertir mañana (no se puede invertir y consumir a la vez con unos mismos recursos).
Por lo tanto, una sociedad que se concentra en el consumo por obvia consecuencia suprime el ahorro, con lo cual prácticamente anula la inversión si es que no dispone de crédito. Reducir la inversión afecta la capacidad de elevar la productividad y por ende en sus ingresos futuros. Entonces la falta de inversión desequilibra a la economía en su conjunto, pero ¿Por qué ocurre ello?
Porque en la economía hay limitaciones de capital o mejor dicho el capital no es ilimitado o carente de impacto ante cambios. Así por lo general, la aparición de conflictos durante el periodo de recuperación del capital, cambios imprevistos sobre variables determinantes o la aparición de costos evitables son los que hacen que se seleccione la inversión o incluso se decida postergarla no realizarla.
Ya precisamos que en la “economía de la libertad” el estado interviene basado en dos criterios: a) para evitar la anarquía en los mercados que está principalmente referido al consumo y gasto y b) para fomentar el desarrollo en el país que esté directamente a la inversión. Como la libertad económica es previa a la libertad política, todas las consideraciones técnico-económicas de la inversión y su evaluación se dejan de lado cuando los riesgos son imprevisibles.
El fomento de la inversión, que no es promoción ni atracción de inversionistas característico del mercantilismo entreguista; durante la formulación, desarrollo e implementación de proyectos tanto por el sector privado como por el estado, considera real fomento cuando es fruto de la humildad con que se reconocen y valoran las riquezas que se disponen y de las posibilidades de ponerlas en valor.
Por otro lado, conocidos han sido casos ocurridos en Pro-Inversión en el nivel del gobierno central y de “perfileros” dentro de la inversión pública subnacional. Así como de otros profesionales técnicos. Que muestran dentro de la administración pública la organización de una “falsa meritocracia” basada en patronazgos contratando a dedo a funcionarios porque eran miembros de redes de confianza. El pertenecer a estas redes significó privilegios como: ascensos, mejores remuneraciones fuera de topes establecidos llegando incluso a establecerse relaciones clientelares y cerrando el circulo al obtener estabilidad y ascensos.
Esto que es frecuente dentro del modelo con planificación centralizada y búsqueda de la igualdad, se observa evaluación social de proyectos rentables económicamente, incluso cubriendo impactos ambientales y otros; cuando la población cercana que participa reconoce que es un buen proyecto, pero no está interesada en que se realice por diversas razones. Es porque terceros evitan que dentro del área de influencia se reciban beneficios.
En la “economía de la libertad” el esfuerzo es concertado con la comunidad con respeto haciendo posible la inversión y que ningún extremo se superponga sobre otros. En la economía de la libertad no hay supremacías, de unos sobre otros, dado que todos los posibles beneficiarios tienen solidario interés porque se concrete lo beneficioso.
Termino por mencionando dos falacias y una consecuencia. Las falacias se refieren a que se pretenda buscar “la justicia y la libertad para vivir sin miseria” y la segunda, “para hacerlo sin temor”. Es evidente que no es posible vivir sin consecuencias y sin emociones (una de ellas, la miseria; y otra, el temor). Mas cuando la libertad “para” esta referida a un propósito y a los actos que conllevan lograrlo. Lo cual hace imposible suprimir las consecuencias desagradables que corresponden a los actos impropios.
La consecuencia. Es que la “nueva economía” que está inmersa en la “economía de la libertad” le corresponde una “nueva estructura del estado” basada en obtener legitimidad fiscal consistente geográfica y técnicamente. Porque identifica desperdicios y faltantes en los comportamientos económicos para hacer lo necesario y revertir aquellos que son yugo. Porque recursos, pocos, pero los hemos tenido. Lo que no hemos tenido es revisión severa de nuestros desperdicios y postergaciones.