“La mentira es un acto del lenguaje mediante el cual el hablante oculta un hecho real o lo niega, exagera algún acontecimiento o inventa algo inexistente y lo cuenta como si fuese verídico. Toda mentira tiene la intensión primaria de convencer al interlocutor de algo no real, para ello el locutor finge y apela a sentimientos de credibilidad y otros recursos que le hagan parecer sincero. La persona que miente casi siempre tiene en vista un beneficio que no se obtendría por medio de la verdad” (Definiciona).
“El acto de decir mentiras es denominado mentir, las personas que mienten de manera constante son denominadas mentirosas y la compulsión patológica de mentir es llamada mitomanía” (Definiciona).
El diablo, que es el príncipe de la mentira, es el que se acerca al hombre para tentarlo: le dice que con la mentira puede ser muy poderoso. Eso hizo con Adán y Eva, los convenció para que comieran del fruto prohibido, les aseguró que iban a ser como Dios.
El hombre que se aleja de Dios cae fácilmente en esa tentación y piensa que podría enriquecerse y subir muy alto. La vanidad crece y lo va convirtiendo en un gran egoísta que solo ve su provecho.
Cuando está embelesado por su propia vanidad, busca el poder de una manera compulsiva y a como dé lugar, los demás solo cuentan si son útiles para sus metas y planes protagónicos.
Cuando llegan las dificultades y no le salen bien las cosas, deja de lado a las personas que utilizó, con una amargura ácida y con deseos de venganza. No le importa traicionar.
El mentiroso tuerce y deteriora su propia inteligencia
La inteligencia se enriquece y crece con la verdad. La mentira corrompe, sin la verdad el ser humano se embrutece y se animaliza.
El mentiroso utiliza su inteligencia para sus tretas, pero como la verdad es lo que la inteligencia necesita para que haya equilibrio y armonía, el mentiroso la utiliza para disfrazarse y aparentar corrección y honorabilidad frente a los demás, se convierte en un cuentista de fábulas para recibir aplausos y obtener beneficios, al mismo tiempo está deteriorando completamente su personalidad.
Es muy sencillo: la verdad hace que el hombre sea bueno. La mentira hace que el hombre sea malo.
La mentira termina destrozando la inteligencia. El mentiroso habitual o mitómano, pierde el sentido moral de la conducta y se convierte en un egoísta empedernido. Todo lo hace para beneficiarse él, sin importarle como quedan los demás.
En los líos de placer sexual, las mentiras, que ocultan placeres, originan situaciones de violencia, y al desbordarse la pasión (la inteligencia que no está en la verdad no puede controlar las pasiones), se producen fácilmente maltratos que pueden terminar en asesinatos.
La pasión por el poder
Cuando se trata del poder aparece muchos entuertos (tapados), trampas, vivezas que el mentiroso y sus cómplices (que también son mentirosos) creen que son virtud.
Hacen contubernios para beneficiarse entre ellos, todo con estricta discreción y a esos “compromisos” le llaman lealtad y es justo lo contrario porque se trata de una reunión de traidores en potencia; no se aprecia a la persona, se aprecia el poder o la riqueza y cuando son atrapados se ve clarísimamente la cobardía y la traición.
El príncipe de la mentira
Las seducciones principales del diablo, que es el príncipe de la mentira, son el placer y el poder. El hombre tentado piensa que es libre en esos campos y busca a otros, también tentados, como cómplices para “salir adelante” en proyectos de “ayuda” o de “servicio” a los demás.
La pregunta del millón: la gran mayoría ¿no caería en esas tentaciones?
El diablo tienta a todos y si miramos un poco el panorama encontramos a los que viven del Estado sin trabajar, a los usureros que cobran intereses descomunales, a los que fabrican productos bamba, a los acaparadores que buscan subir los precios, a los traficantes de drogas, a los que comercian con el sexo, a los que están metidos en trata de personas, a los que van a medrar en las empresas, a los que explotan a sus empleados, a los que buscan aprovecharse de situaciones para sacar ventaja y a todos estos mencionados no les preocupa para nada la vida de los demás.
El cáncer de la corrupción está generalizado. El que esté libre de “polvo y paja” que lance la primera piedra. ¿No está faltando Dios en la vida de cada persona y en la sociedad en general? ¿Podemos permitir que se expulse a Dios de los programas que presentan los líderes de una sociedad?
Luchemos todos juntos para que la Verdad triunfe (P. Manuel Tamayo