Cuando el odio es la bandera de la izquierda, se hace evidente la desesperación de la brigada de la ignorancia y la maldad por destruir al país. La izquierda intolerante, cobarde, retraída, atontada y tonta a la vez, se hunde en el fango de su locura siniestra porque pierde y se ve perder, por ello, activa la violencia y se enciende en todos los sentidos de ataque, tratando de hacer creer que la mentira es verdad y la verdad, pues que no existe y en todo caso se trata de un invento capitalista o una costumbre de los explotadores (es decir de los trabajadores, de los emprendedores).
Es tan ignorante la representación dirigencial de las izquierdas (no son dirigentes, es un calificativo elegante para la promiscuidad intelectual de los extremistas), que no resisten un debate académico y por eso comentan con resúmenes mal hechos o wilkipediando de vez en cuando. Como no leen y nunca han leído, creen que sus limitadísimos intelectos se reproducen por esporas. En ese mundo nos encontramos frente a frente, las derechas y las izquierdas, pero con la gran diferencia que debatir con la nada, es tan complicado como explicarle su presencia.
Nos dicen a los que hemos nacido o vinimos a Lima y que trabajamos honestamente, que creamos empresa honradamente, que construimos familia, que sentimos que el camino debe asegurar progreso y desarrollo, que estamos equivocados, que lo que tenemos que hacer es “darle todo y de todo” al que no realiza ni un solo esfuerzo. Es decir, el que hace y demuestra que hace cien, debe entregarle “al que no hace nada y demuestra que no hace nada”, la mitad de sus resultados. ¿Porqué? Por algo que ellos llaman distribución de la riqueza, que no es otra cosa que expropiación del esfuerzo y robo de los resultados.
Nos dicen a los limeños, todos hijos de provincianos de segunda y tercera y hasta cuarta generación aún viviente, que Lima no es nada sin el resto del país. Y el resto del país, ¿Qué es sin Lima? Y es que no se trata de quien es qué y porqué, sino de cómo nos ayudamos unos a otros para que todos hagamos cien, mil, un millón y mucho más. No estamos para quitarle a otros sus logros, sino para aprender e imitar, para ser dos y miles más haciendo las cosas bien y mejor. Pero dile eso a los de las izquierdas y eres agredido y atacado.
¿Qué clase de sociedad es ésta la peruana, de odios y envidias tan absurdas, que jamás se habían visto con tanto resentimiento inventado? Y al revés también: ¿Qué clase de gentes se hacen guiar y conducir fuera de sus hogares y trabajos para dar el rostro marchando por calles y plazas violentamente, en lugar de “sus dirigentes del pueblo” que empujan al enfrentamiento y cobran por cada fallecido? ¿No ven que las Sigridfredas, las Suseles, los Evos, los Bermejos y Cerrones gozan desde el balcón y cobran por cada cajón?