“¡Que alguien haga algo!” suelen decir muchas personas cuando no saben qué hacer o no quieren comprometerse a dar la cara o a involucrarse personalmente en una causa.
Pueden existir motivos urgentes para intervenir, que serían situaciones extraordinarias para resolver problemas o dificultades que aquejan a las grandes mayorías; pero puede haber al mismo tiempo una parálisis social.
Muchos ya no quieren ver, prefieren taparse los ojos. No quieren leer los periódicos, ni ver los noticieros porque se estresan, entran fácilmente en el síndrome del avestruz, creen que por esconder la cabeza todo irá mucho mejor.
Complicidad para ocultar
El miedo y la falta de atrevimiento de no pocas autoridades, para decir la verdad, es porque tienen “rabo de paja” o porque buscan prebendas sustanciosas para sus bolsillos. Estas conductas crean situaciones caóticas y laberintos sin salida en una sociedad.
A estas autoridades “comprometidas” no les interesa que se descubra la verdad y quieren seguir viviendo gracias a un consenso de complicidad, que no se queda solo en el silencio para ocultar algo del pasado, sino que apunta, además, a un nuevo y sustancioso negociado.
Cuando se reúnen personas con “yaya” hacen complicidad para no revelar su pasado sucio y para seguir consiguiendo beneficios, apoyándose entre ellos con una falsa “lealtad” que se desmoronará en el futuro, por no ser auténtica.
Un grave conflicto se arma cuando se enfrentan personas con “trapos sucios” y va creciendo poco a poco una lucha sin cuartel, sin escrúpulos, donde termina imponiéndose “la ley de la selva”, ya no importa la verdad, ni la moralidad de los hechos, se impone el más poderoso, aunque caiga en una voracidad espantosa, donde todo es atropello y maltrato.
A todos les consta que, cuando se dan estas circunstancias, en poco tiempo se destapa un diluvio de acusaciones que lo empapa todo, pero enseguida, el poderoso sistema enquistado, aplica la secadora, y no pasó nada.
Los cargos imputados solo servirían para escribir una novela o grabar una película para el futuro. Todo queda igual, nada se resuelve.
Conjunción de síndromes
En una sociedad aplastada por la corrupción, empieza a nacer una mentalidad que es consecuencia del cansancio, el abandono y la dejadez; es una suerte de depresión social donde se juntan el síndrome de Estocolmo con el del Avestruz.
Con el primero aparece los ayayeros, que buscan arrimarse al poder sin que les importe demasiado que sea corrupto. Son una suerte de aduladores o sobones que prefieren hacerle un quiño al corrupto que defender la verdad. Estos son los que se rinden y esgrimen argumentos de condescendencia y unidad. Adoptan una postura de término medio, que es más bien de mediocridad.
Los del síndrome del Avestruz son los que no quieren saber nada y se esconden. No quieren intervenir y pierden todo tipo de interés. Orientan su vida por otros derroteros sin que les importe la suerte de los demás. Es una actitud de cobardía y de indiferencia.
Despertar con la verdad
La verdad no es solo algo esculpido y teórico. Si se está en ella, se actuará conforme a ella. Si la atacan se defiende. La verdad es la que nos hace libres y felices.
Los que dirigen los destinos de la humanidad deben ser amantes de la verdad porque vivirán de acuerdo a ella, y se notará en sus conductas: trasparencia, honradez, honorabilidad, lealtad, fidelidad.
La sociedad no la pueden conducir los incapaces, los ignorantes y mucho menos los que tienen un pasado manchado con faltas graves. La sociedad, en ninguno de sus estamentos, puede estar manejada por mafias o grupos extremistas que atenten contra la paz y la dignidad de las personas. No hay más que repasar un poco la historia para aprender de ella.