Hemos llegado a un punto en el cual el delito se ha institucionalizado y las instituciones se han vuelto centros delincuenciales. Mientras tanto, lo que antes era privilegio de principios, valores y virtudes, es señalado ahora como “tonto”, “caduco”, “conservador”, “reaccionario” y cuanto adjetivo se le ponga para menospreciar lo que nunca se debe de perder, como la Familia, la defensa de la Vida y del niño por nacer, el Amor, el patriotismo, el respeto y protección a nuestros ancianos, la libertad de empresa y emprendimientos, la Constitución Política del Perú.
Durante décadas, una especie de mancha de negación “académica e intelectual” se expandió en la educación (escolar y universitaria), así como en los medios de comunicación, para formar generaciones de degeneradores de la historia y la cultura, desapareciendo la gesta de nuestros héroes y precursores, introduciendo clandestinamente como “referentes” a falsos ejemplos e inclusive, a promotores del odio, la violencia y el terrorismo. Así, inundaron miles de libros que fueron a manos de los estudiantes y maestros poco instruidos lamentablemente, que además tenían que obedecer o renunciar a sus cargos. Y en un país de tanta pobreza y autoritarismos…
Los cómplices de este virus del odio y rechazo a nuestros principios y valores fueron los propios maestros en primer lugar, porque callaron, asintieron, se arrodillaron y cobraron. De ellos, los dirigentes sindicales se encargaron del lucro y el bolsillo, del arreglo y el cierre de pliego a su favor, con pagos a la mano seguramente, como se cuenta y comenta siempre en el propio magisterio nacional. Dirigentes de cantina a cuadras de la Plaza San Martín y Dos de Mayo, borrachines y conspiradores de su propio gremio, gentes sin escrúpulos para destruir la educación peruana. Esa fue la “base” sobre la cual, en forma poco más elegante se subieron los catedráticos de las universidades que compraron la moda del tiempo primigenio de la caviarada, cambiando textos, cambiando el razonamiento por la leyenda roja, cambiando la teoría necesaria y la práctica constante, por la ideología absolutista y la violencia en el debate.
A golpes de invasión tolerada, el delito se inmiscuyó para verse favorecido. Y como el delito va de la mano de la política extremista en este caso, el narcotráfico y su alianza con el terrorismo y todas sus máscaras “desde la más suave y barranquina”, hasta la más extrema y rebelde en los Andes encontraron asilo en varios gobiernos nacionales, regionales y municipales desde los cuales lograron “institucionalizar el narcotráfico y desmoronar, desprestigiar y destruir la débil democracia que el país a veces recupera, a veces defiende y sostiene.
Narcotráfico es un nuevo valor ciudadano, democracia es un anti valor nacional. El narcotráfico te permite tener dinero, poder, avasallar a otros, comprar autoridades, ingresar a la política para ser alcalde, gobernador regional, ministro, congresista y hasta presidente. La democracia en cambio, es para los tontos que son padres de familia o buenos hijos, o buenos ciudadanos, aunque eso de buenos, es también señalado como “una idiotez”.
Nos queda entonces ver que en el otro lado de la balanza está la corrupción, como haciendo equilibrio con el mundo del narcotráfico. Y algunos prefieren la corrupción porque es un delito sin sangre –supuestamente- y sin víctimas directas, ya que coimear, robar en una licitación, hacer adendas sobre adendas en un contrato con el Estado, no mata a nadie, supuestamente también.
Nos queda, frente a esta desilusionante descripción, la frase siguiente:
“Si solamente un hombre y una mujer se pusieran de pie y alzando su voz explicasen porqué tenemos y debemos de recuperar los caminos de la Libertad y de construcción de un mejor país con una mejor democracia, otros hombres y mujeres les acompañarían, con la misma voz, haciendo un eco fuerte, invencible e indomable. Solo necesitamos dos peruanos en acción, para sembrar la contrarrevolución por la Libertad y la Democracia”.