Las apariencias engañan y las decepciones duran poco tiempo, mientras se extiende un cheque en blanco, una adenda que permite que el engaño, el populismo y los falsos salvadores usen el Estado como botín o agencia de empleos para sus socios o cómplices, desde donde destruyen esperanzas, impiden el progreso y cierran el paso a toda posibilidad de cambio en beneficio del país.
Similares oportunistas de la política, bajo el mismo esquema de presencia –supuesta indignación, moralidad de 24 horas, procedencia extraña, títulos bajo sospecha y carreras que dicen exitosas- se hacen de espacios en la opinión pública y tienen tiempo para ir de canal a radio, de periódico a universidades, de sindicatos hacia fondos de organizaciones no gubernamentales que sólo quieren justificar sus páginas web con fotos de marchas y brazos en alto, pero nunca cierran el puño a la mentira, esa es su característica fundamental.
Escondidos cuando el silencio nos muestra esa pasividad explosiva que crece, argumentadores de discursos hechos a su propia medida, líderes de nada y opositores a lo que les resulta más fácil señalar ¿acaso los han visto trabajar por los pobres, por las clases medias, por miles de profesionales maltratados por esos sistemas de contratación abusiva –CAS por ejemplo- o tal vez, por millones de niños y jóvenes que sueñan con un futuro cercano mientras sus padres luchan incansablemente por darles la educación, salud y seguridad que el Estado les niega?
Hoy vemos o leemos, tal vez hasta los escuchamos decir torpezas vestidas de promesas, tal vez los encontramos en las portadas o editoriales de algún medio y pensamos ¿Serán lo que el Perú necesita?
No caigamos en la ingenuidad de cada cinco años promoviendo profetas del festín, sólo porque nos indigna que otros hayan robado más o menos que sus similares, porque ladrones son todos esos, miserables de mayor calibre que se preparan para ingresar por cualquier puerta al gobierno.
Cambiar un enchufe quemado por un fusible roto produce el mismo error. Reemplazar dinosaurios por lagartijas no nos garantiza que el apetito criminal se les vaya porque –omnívoros son, comen lo que sea- siempre estarán al acecho de nuestros impuestos, como si fueran la caja fuerte de sus comodidades, placeres y condecoraciones.
Evitar la invasión de las lagartijas no requiere mucho esfuerzo, ni fumigaciones masivas, simplemente estar preparados, leer, educarnos mejor, aprender a discrepar entre nosotros, dejar de lado la bandera de la defensa de cualquiera, porque se trata de defender lo nuestro, el Perú que todos deseamos progrese, lejos de delincuentes y bribones vestidos de sonrisas que son maquillaje puro de fracaso y traición.