Ser sinvergüenzas es connatural a creerse militantes de la izquierda “esa” que asume como acto de elogio, el ser causantes de las desgracias de la sociedad para crear una “nueva sociedad”. No les cansa degradar a las familias para convertirlas en un conjunto de enemigos de sangre, no les agota destruir el concepto de familia matrimonial para cercenarlo por el de “nuevas familias”, no les impide la porquería que los alimenta intelectualmente, el ser voceros de enfrentamientos, disputas, peleas, odios y resentimientos por lo que sea, cuando sea, donde sea. Y es que el carácter de clase ya no existe en la investigación de procedencia y puño armado de los antiguos marxistas que ahora son progresistas o cosas más o menos así de divergentes. Se dicen luchadores sociales, los que ahora son estafadores piramidales de la sociedad civil.
Los enemigos de la democracia y de la Libertad, exigen creyéndose con autoridad, reclaman como si fueran los perjudicados, cuestionan que se les critique lo evidente -su criminalidad- y penalizan la verdad que no se quita de la escena con banderolas, de trapeo, paros armados o “guerras populares” del campo a la ciudad. Ya no son los que fusil en mano y granada lanzada por la espalda, se hacían de muertos y heridos como medallas en el combate a traición. Hoy se trata de hacerles ver, de señalar públicamente, a los enemigos de la democracia y la Libertad, que por décadas han usufructuado del poder para envilecerlo.
No caemos más en las trampas del marxismo y su pretendida victimización, puro teatro de maldad, pura alforja de veneno para dispersar y contaminar las mentes y el lenguaje de los más jóvenes que, gracias a Dios, se han rebelado contra las izquierdas del odio, para imponer la racionalidad, la sensatez y la entereza que deben estar por encima de todo ataque político criminal.
Tenemos que darles duro, en la cara de hipocresía, en la palabra del cobarde y en el pensamiento del traidor, a fin de renacer a todo un país que se está liberando de las cadenas opresoras de los progres y sus oenegés, de los caviares y sus ínfulas de poder, de las izquierdas y sus “agitamientos” de presión.
Estamos venciendo al comunismo como siempre debimos hacerlo, en directo, sin escalas, hasta la victoria final.