El quinto mandamiento de la Ley de Dios dice: “No matar” y está dirigido, lógicamente, a los seres humanos de todas las épocas. Toda persona tiene inscrita en su propia naturaleza esta ley. El que no la cumple se las tendrá que ver con Dios. El ser humano no tiene derecho a quitarle la vida a nadie.
Todos podemos entender bien que las leyes de Dios obligan en conciencia y con respecto al 5to mandamiento a cada uno le corresponde cumplir con el deber de cuidar la vida propia y de los demás. Es algo que tiene que ver con la esencia de ser persona. El libro del Deuteronomio del Antiguo Testamento aconseja: “escoge la Vida para que vivas”
Al ser humano la Iglesia le ha recordado siempre, desde hace siglos, el deben que tiene de respetar la vida y no matar. La ley de Dios tiene vigencia siempre, nadie la puede derogar. En muchos foros se ha argumentado a favor de la paz y la defensa de la vida, y luego se ha plasmado en muchas legislaciones: el derecho a la vida y la prohibición de matar.
El amor a la vida es algo que nos debe acompañar siempre; es propio del amor a Dios y a los demás y crece en la familia, en el propio hogar. Amar a Dios y amar a la familia es amar a la vida y prepararse para la Vida eterna.
Solo los animales matan
El mundo de los animales es complejo y variado; cuando lo observamos de cerca vemos como se atacan unos a otros para poder sobrevivir. Además unos tienen más fuerza y la ejercen sobre los más débiles sin ningún escrúpulo. Actúan solo con el instinto de supervivencia. Los animales no son seres humanos. Los que quieren poner a un animal a nivel de un ser humano se equivocan. Todos tenemos que esforzarnos para no querer más a un animal que a una persona. La ley que Dios pone en nuestro corazón es para que amemos a los seres humanos, esto no quiere decir que no se pueda querer a un animal. Es cuestión de orden, la prioridad está en el amor a Dios y al prójimo, si eso no se da todo se desvirtúa.
Educación para amar
Al ser humano se le educa para que ordene bien su corazón, de acuerdo a la ley natural, que es la ley de Dios. Se le enseña a querer a sus padres y a sus hermanos, a querer a la familia; se le enseña a perdonar y a pedir perdón para que la relación con Dios y con el prójimo sea fluida y armoniosa. La calidad de una persona está en la calidad de sus relaciones. De ese orden depende el trato con las demás personas, otros familiares, amistades y las demás personas. Al ser humano se le educa para ser respetuoso y diligente en su trabajo y en la sociedad, a querer a su país y a los demás países. A que luche para poder amar apasionadamente al mundo, como decía San Josemaría Escrivá, con un amor generoso, y poder crear, con el tiempo, la ansiada civilización del amor, que tanto predicaba San Juan Pablo II.
La corrupción del amor
Dos cosas corrompen fundamentalmente al ser humano: la carne y la plata (el placer y el poder). La corrupción de la carne procede de un corazón desordenado que se deja llevar por el egoísmo de un placer. Ese modo de proceder hace que la gente “con un amor de cocupiscencia” utilice a otras personas para su placer, creyendo ser libre y sin darse cuenta de las graves consecuencias de ese desorden, que puede llevar a una corrupción generalizada, que destroza a la persona.
La otra corrupción es la del poder que funciona en todos los aspectos, desde las conductas ambiciosas en un hogar, hasta esas mismas conductas en ambitos laborales y de relaciones hegemónicas con otras ciudades o países del mundo.
Ambas corrupciones animalizan al hombre. Éste ya no se movería por el amor al prójimo, tampoco por razonamientos, se movería, ciega y exclusivamente, por ambiciones de placer o de poder. Es como un animal que se lanza, motivado por lo que quiere conseguir para él.
Lógicamente, ambas corrupciones son alimentadas por el maligno. El que las padece ni se da cuenta, ya ha caído en la tentación, porque el diablo le hace ver que su procedimiento es bueno y saludable. Se llena de explicaciones y de teorías para justificar su actuación.Toda tentación es así. Sin embargo los hechos y las consecuencias son catastróficas.
Hoy, vemos con toda claridad y sin ninguna duda, la extención de la corrupción del amor, que incluye a muchos eclécticos (calzonazos), que se colocan en un término medio diciendo que “no es para tanto”. Está muy claro que el mundo se ha llenado de gente que no hace nada. Se están dejando de hacer muchas cosas para combatir el mal, como si el diablo, que hay que expusarlo siempre, entrara a formar parte de la “democracia” (palabra mágica que se ha convertido en una suerte de patente de corso para hacer babaridades sin que pase nada).
A los cristianos y a todo el mundo se le pide hoy tener una actitud decidida y valiente para combatir el mal. Eso le estamos pidiendo al Señor. Ya nos decía San Josemaría Escrivá que “el infierno está lleno de bocas cerradas”
Para tener en cuenta:
“Señor, Dios de paz, ¡escucha nuestra súplica! Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía de decir: ¡Nunca más la guerra! ¡La guerra destruye todo! Infúndenos el valor de construir la paz. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para que tomemos con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, de modo que finalmente triunfe la paz. Amén” (Papa Francisco).