Un antiguo dicho latino sostiene que si queremos la paz, debemos prepararnos para la guerra.
Una verdad que no tomamos en cuenta en los años previos a la Guerra del Pacífico, en la que perdimos extensos territorios de Arica y Tarapacá.
En los inicios de los 60s no hicimos caso a los intentos subversivos del ELN y en 1965 sufrimos los embates subversivos del MIR (con apoyo cubano, ingerencia que sigue vigente en Sudamerica y por cierto en Perú). Por supuesto no nos preparamos en forma preventiva sino reactiva al crearse el cuerpo antisubversiva de los Sinchis.
En los 70s el comunismo se encargó de subvertir el orden en las calles a través de marchas, tomas de fábricas, paros, huelgas, bloqueos de carreteras y otros. El Estado no hizo mucho. Años más tarde en mayo de 1980 el terrorismo senderista irrumpió en Ayacucho y bañó de sangre nuestro país. Lo hecho no fue obra de la casualidad. La infiltración en el magisterio, universidades, sindicatos y diversas organizaciones sociales no solo nutrió de “combatientes” a las huestes terroristas sino sirvió de “fachada legal”. Incluso el Congreso fue infiltrado por comunistas que sirvieron de cómplices y voceros. No es nuevo esto.
Tras la derrota militar de sendero luminoso y el mrta y la caída del gobierno de Alberto Fujimori, los rezagos del terrorismo cambiaron de estrategia y con el apoyo caviar iniciaron una ofensiva cultural y legal y logró que las sentencias contra importantes cabecillas fueran rebajadas, por lo cual peligrosos asesinos hoy están libres, como Peter Cardenas, Maritza Garrido Lecca, entre muchos.
Al contrario fueron perseguidos, enjuiciados y condenados los que combatieron a la lacra terrorista.
Hoy en día los herederos de los terroristas de ayer se han infiltrado de nuevo en el Estado y en la burocracia. Gente vinculada a fachadas del terrorismo actúan abiertamente y la sociedad y sus Instituciones tutelares no hacen nada o muy poco.
Los bloqueos de carreteras impiden la exportación de minerales (Corredor Minero del Sur), huelgas violentas (como las acaecidas en el 2020 en el Norte e Ica), atentados contra el Oleoducto, prédicas violentistas en plazas públicas (como en la plaza San Martín) y marchas de elementos que buscan atentar contra el Congreso. Todo ello se hace a vista y paciencia de todos; mientras los congresistas democráticos reaccionan a ritmo de tortuga esclerótica.
El siempre lúcido Hugo Guerra ya ha alertado contra el riesgo de una guerra civil; otro siempre acertado como Fernán Altuve sostiene que un ilegal cierre del Congreso es más probable que la vacancia del comunista Castillo y el siempre leído Luis García Miró llama a “prepararnos para la guerra”, artículo que me ha servido de sustento para el presente.
Estemos atentos. Cuidado con ese otro antiguo dicho que recordaba que “a doña Creía la mataron de un bacenicazo”.
Rehuir la amenaza y creer que no “haciendo olas” es el camino es un suicidio. Recordar lo dicho en 1938 por el gran Winston Churchill (“you were given the choice between war and dishonour. You chose dishonour and you will have war”). Churchill nunca se rindió ante los alemanes y ofreció en cambio “sangre, sudor y lagrimas” para combatirlos.
No nos rindamos ante el proyecto castrochavista.