El comentario más acertado, no siempre es el más cuerdo o el más consistente, es un comentario nada más y obedece al impacto que producen una secuencia de sucesos que las personas observan y sobre las cuales emiten opinión. Las opiniones son eso, simple y llanamente opiniones, propiedad personal, juicio y sentencia personal. Las opiniones no se deben respetar, lo que se respeta es a las personas. Las opiniones se leen, se escuchan, se comparten, se mencionan, se repiten, se condenan. Las opiniones se han vuelto en algunos casos la marca personal de algunos periodistas, políticos, economistas, académicos y de los que creen que sus opiniones son algo así como “el nuevo observatorio” que se tiene, que hay que leerlo y aplaudirlo, pero no es cierto. Las opiniones son un estornudo contagiante -a veces-, las opiniones son un eco del alma molesta, una llaga expuesta de corazones heridos.
Me preguntan por las opiniones de un periodista y no puedo ni debo opinar de las opiniones de otros, porque no me parece correcto hacerlo, tampoco incorrecto. No me alcanzan esas opiniones y celebro que cada quien tenga las suyas. Sin embargo, alrededor de las opiniones están los hechos. Sobre los hechos, sí se puede decir algo.
Creo, con pequeña modestia, con limitada autoridad, que un periodista se las juega por sus convicciones y nunca por sus opiniones. En ese sentido, ¿Cuáles son las convicciones de quien entiende que lo que hace y lo que comenta es lo correcto ahora, aún cuando ayer parece que eran o estaban en otro rumbo? ¿Se está contradiciendo en los principios y valores que decía defender ardorosamente? Reflexionemos.
En un mundo donde el precio de la verdad es muy fácil de comprarse, en un país donde la verdad nadie la sabe y cada día aparecen los desmentidos y los contrasentidos, hay que tener prudencia en el juicio que se emite sobre las opiniones ajenas, aún cuando parezcan “no opiniones” sino palabras con intento de manipulación. Por ello, llamo a la prudencia, levanto una pequeña voz tratando de calmar la serenidad y convocando a escuchar mejor.
Alguien que ayer fue “lo mejor” y ahora es “de lo peor”, calificado así por muchos que no participan en nada de lo ayer y critican lo de hoy, como que carece de consistencia. Es algo que modifica totalmente el aprecio pasado y construye un odio deleznable para el presente, la calumnia del futuro.
Recordarle que hizo lo que hizo y que fue lo que se condenó, pero qué bien lo defendías cuando jugaba por tu equipo, no es honorable. Estamos cayendo en el juego que alguien está ordenando para dividir a los ciudadanos que lograron el triunfo de la razón, la verdad y la Libertad, sobre el imperio de la sinrazón y el drama de la intolerancia.
Si uno cree o considera, en su trabajo profesional, que una autoridad está envuelta en el curso de actos de corrupción, manipulación y entrega de impunidad, es para ponerse en alerta. No porque una Fiscal sea una especie de abanderada en lo que nos parece bien, quiere decir que en todo lo que hace, lo hace bien, cuidado que ya hemos tenido “dobles rostros” por centenas.
Mensaje final, por ahora: No seamos tan radicales cambiando nuestras opiniones, porque luego, si éstas no eran una imagen de lo que pensamos, sino una reacción de los que nos conducen a decir, habremos perdido el respeto que nosotros mismos nos deberíamos tener frente al espejo de la realidad.
La lealtad no se vende, ni se alquila. La deslealtad, no tiene precio.
Imagen del 5 de julio 2022, La Fiscal de la Nación, Patricia Benavides Vargas, presenta al Equipo Especial de Fiscales contra la corrupción del poder, bajo la coordinación de la fiscal Marita Barreto Rivera.