En tiempos del caviaraje y el imperio del lenguaje que decreta como “correcto” para nuestra sociedad la izquierda del odio, ya sea por sus tentáculos mediáticos o desde sus variadas formas de concebir el uso de sus influencias y sed de beneficios ocultos (vía oenegés, colectivos inventados que nacen un día y duran una semana, agrupaciones fantasmas, asociaciones de alquiler, etc), el decir la verdad -ahora- se ha vuelto condenable y objeto de sanciones.
Claro está que quienes luchan por informar con la verdad, no pertenecen al sicariato mediático, sino que trabajan en diferentes empresas de radio, televisión, prensa escrita (periódicos, revistas) y en el peleado espacio virtual, desempeñando funciones en un trabajo muy exigido por los intereses de los dueños, de los jefes y de los accionistas. En este sentido, hay que tener un equilibrio constante para subsistir, ya que muchas veces, los jefes ordenan una posición y los accionistas se inclinan por otras posiciones. Es la lucha interna de intereses, donde las víctimas de las decisiones -buenas o malas- son los periodistas “que hacen la chamba” y no, los mermeleros que quieren convertirse en las luminarias del espectáculo.
Y hablamos de sicariato mediático, porque unos cuantos y unas cuantas (plebeyos ascendidos a nivel de casi dueños, en su imaginación, vanidad y soberbia, evidentemente), gozan de privilegios y comodidades que no alcanzan a los demás, a los que trabajan de verdad (lo repetimos si es que no les quedó claro). Por eso, si quieres ser una “estrella” debes mentir, traicionar, entregarte, perder tus principios y valores, ser un arrastrado o una fascinerosa a cambio de algunos “lujos o regalitos”. Ese es el drama de hoy: a un lado los periodistas, al otro los mercantilistas del oficio transformado en odio.
Se pretende siempre, en consecuencia, callar las voces de los que discrepan porque tienen la honestidad que no poseen los que les dicen que se callen.
Cientos de periodistas han sido despedidos en los últimos cinco años en especial, porque no se alinearon a los favores que pedían y exigían los gobiernos corruptos, en sociedad con los dueños de los medios y sus auspiciadores ligados a negocios sucios (como Odebrecht por ejemplo). Cientos de trabajadores de los canales de televsión, de las radioemisoras, de los periódicos y revistas o semanarios, de las imprentas y agencias de publicidad, carecen de “padrinos” en los cárteles políticos o de defensores del derecho al trabajo en sus propios lugares de desempeño. Los periodistas sólo tienen un gremio valiente y huyen de otros dos que los apuntan con la bala del olvido. En cambio, los mermeleros… están en planilla con los derechos que un trabajador debería poseer por dignidad, respeto y legalidad, pero no los tiene.
Explotados por empresas de izquierda, maltratados por gerentes de izquierda, discriminados por colegas periodistas de militancia abiertamente izquierdista, los jóvenes periodistas, fotógrafos, camarógrafos y personal de apoyo en los medios de comunicación, sobreviven a duras penas, quizás con un pago a la mano, tal vez con un recibo de honorarios, sin acceso a la seguridad social o los sistemas de pensiones, sin CTS ni indemnizaciones en caso de despido. Esa es la realidad ¿y no quieren que diga, lo que debo de decir?
La maldad de la izquierda contra el trabajo de los periodistas, debe terminar.