Escarbar la porquería de la política nos puede hacer llegar a la imagen de algún ex presidente del Perú, lamentablemente. Es más, si sólo limpiamos la superficie suavemente y con mucho cuidado, notaremos los rostros de por lo menos media docena de inquilinos de palacio de gobierno (algunos con su primera dama incluída) seriamente comprometidos en delitos de corrupción y en algunos casos, de crímenes de lesa humanidad (más de uno).
Hace algunos años leíamos en un artículo de nuestro portal que se había efectuado una amplia encuesta desde el Instituto del Ahorro con niños menores de 10 años de edad, en la cual se les preguntaba: “¿Te gustaría ser presidente del Perú?”
El 72% dijo “NO”, 21% respondió “SI” y apenas un 7% quedó en el más absoluto silencio. Estas cifras son preocupantes porque al ser preguntados nuevamente los mismos niños sobre la causa o motivo de sus respuestas, en el caso del “NO” era porque “no quiero ser ladrón”, “no quiero hacer daño a la gente”, “porque son malos los presidentes”. En esas respuestas y en ese porcentaje vamos a centrarnos en esta reflexión, porque es preocupante la imagen que tienen los niños del Perú sobre el significado de “ser presidente” hoy en día.
Es difícil especular y también es irresponsable aseverar sin analizar los hechos, el marco conceptual, las implicancias que se pueden forzar. Lo cierto y aquí no hay dudas, es que no existe un modelo aspiracional de político de respeto, un presidente que inspire ilusión como horizonte de ejemplo hacia los demás, un referente que sea motivador de reconocimiento y elogio, como también se ha perdido en el tiempo, el “ser como” alguien que sin llegar a ser un ídolo deportivo o musical, se le puede conocer por su trabajo y honestidad, sensatez y honorabilidad a través del acontecer diario y la historia reciente por lo menos.
Si retrocedemos en el tiempo, el Presidente Fernando Belaunde -en sus dos gobiernos- e inclusive el General Juan Velasco, quien lo depuso con un violento golpe de Estado, o su inmediato reemplazo, el General Morales Bermúdez, nunca fueron comprometidos en delitos de corrupción como sí sucedió luego con Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Alan García, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra y recientemente Pedro Castillo. Es decir, siete presidentes procesados, uno cumpliendo sentencia y dos de seis, en prisión preventiva por el momento. Solamente se salvan fuera de ellos, presidentes de reemplazo como Valentín Paniagua, Manuel Merino y Francisco Sagasti, tres congresistas que por cosas del destino, fueron los que ocuparon la presidencia por sucesión constitucional.
Durante más de treinta años -como podemos corroborarlo-, los peruanos que nacieron en los ochenta sólo conocen de presidentes que han sido o están siendo procesados o investigados por una serie de delitos que solo causan vergüenza y deshonor. Y es en los años que siguen, que todos los niños han visto, leído o escuchado en sus casas, en sus familias, en las escuelas, desde las noticias o por comentarios diversos todos los días, que solo se sabe que “tenemos un presidente corrupto, coimero, mentiroso, sinvergüenza” y otros adjetivos calificativos denigrantes, pero ciertos.
En ese “entorno”, con esas imágenes que se repiten y repiten de un presidente a otro, al margen de militancias y fanatismos, de identidades y apegos, los últimos presidentes no merecen ni respeto ni consideración del país y ahora tenemos una presidente que va por el mismo camino de la historia que nunca debimos de escribir.