Terminé de leer un último libro de Byung-Chul Han, “No-cosas. Quiebres del mundo de hoy” (Taurus, 2021). Un collage -como suelen ser varios de sus libros- alrededor de la pérdida de la “coseidad” (él no usa esta palabra) en la sociedad digital de nuestro tiempo, de tal manera que, en lugar de tener por delante a las “cosas”, lo que tenemos son no-cosas, pura información digital.
Del “homo faber” habríamos pasado al “homo ludens”, el humano juguetón, disuelto en el mero divertimento. Ya no usamos la mano, tan solo la yema de los dedos alrededor de las pantallas digitales que nos darían información, pero no sabiduría; datos, mas no comprensión. La virtualidad habría disuelto la presencialidad en imágenes planas. Hay acumulación de información en las memorias digitales, pero no necesariamente recuerdos, como sí lo es la fotografía de papel que guardamos celosamente en el álbum familiar.
No-cosas está en la órbita de los temas que ocupan la atención del filósofo coreano. Sus reflexiones apuntan a señalar la importancia de lo sólido y permanente, a sumergirse en el misterio del ser con la paciencia del jardinero. Es una invitación a vivir la realidad a baño maría, sin apuros, con la paciencia del artesano que trabaja en filigrana de plata. Un llamado a detenerse y no agotarse en correr y correr. Dejar que la agitación deje paso al reposo para que el alma rezagada alcance al cuerpo. Todo un estilo de vida que no lo da el smartphone, los selfis ni la inteligencia artificial. Sin negar que los artefactos son útiles y ayudan muchísimo a tener calidad de vida; no obstante, los seres humanos no sólo vivimos de virtualidad y artificio, también requerimos pan y espíritu. Así lo entiende el Principito: su rosa no es de plástico, tiene vida y ha de cuidarla; el zorro es su amigo y los vínculos que genera la amistad nutren su espíritu.
Disfruto del aroma a café humeante de muchos de los escritos de Han. Su llamado al retorno a las cosas, a vivir la encarnación sin mediaciones innecesarias es alentador en una época como la nuestra tan llena de vértigo y tan escasa de asombro y presencialidad. Sin embargo, en este libro me parece que carga las tintas al señalar las sombras del mundo digital, tanto que suena a canto nostálgico por el mundo perdido a consecuencia de la virtualización digital.
Por ejemplo, dice que un libro de papel es una cosa, se la posee y guarda las marcas del lector: sus apuntes, los dobleces, las coloraciones. Esta materialidad le faltaría al libro digital que no tiene consistencia física. Exagera, el libro digital también conserva las marcas del lector, puede volverse a los subrayados, las notas. Hay una simbiosis entre el lector y el libro: unas veces, papel; otras, e-book. Algo semejante se puede decir de los selfis. Byung-Chul Han señala que hay simulación y pose en ellos. Es cierto en muchos casos; sin embargo, el instante que captan puede estar cargado de belleza, autenticidad y expresividad, aunque Han no lo vea.
Me quedo con el elogio a las cosas que hace nuestro autor y con las palabras finales de su libro. Dice: “Ahora las cosas están casi muertas. No se utilizan, sino que se consumen. Solo el uso prolongado da un alma a las cosas. Solo las cosas queridas están animadas”. El cofre de pequeños tesoros que custodiamos está lleno de esos recuerdos animados.
Imgane referencial, Steve Cutts, “Han sugiere que el smartphone se ha convertido en una válvula de escape hacia nuestro espacio seguro”