Según el censo mundial de las personas más longevas, la longevidad máxima de los humanos en estos momentos es de entre 116 y 117 años. Sin embargo, existen casos excepcionales como el de Jeanne Calment, que batió el record al cumplir 122 años, no muy lejos de la segunda persona más longeva, Kane Tanaka, que llegó a soplar 119 velas. La mayoría de las personas extremadamente longevas son mujeres, mientras que pocos hombres llegan a más de 115 años.
Aumentar la longevidad ha sido una obsesión recurrente a lo largo de la historia humana, desde el caso de Matusalén hasta los múltiples ejemplos de las ansiadas fuentes de eterna juventud de la literatura o los paraísos perdidos soñados y pintados en obras de arte. Pero materializarla nunca ha sido posible.
Hoy algunos grandes magnates han puesto todas sus esperanzas en la ciencia. Y están financiando estudios para o bien eliminar los síntomas de la vejez, o bien encontrar una receta que les haga vivir jóvenes y lozanos durante más tiempo. Eso sí, el hueso de la biología y la evolución sigue siendo duro de roer.
El tamaño del cerebro afecta a la esperanza de vida
Un reciente estudio ha encontrado lo que sus autores consideran un claro vínculo entre la esperanza de vida, el tamaño del cerebro y el funcionamiento del sistema inmunitario. El trabajo compara a dos especies muy familiares, los perros y los gatos. Y concluye que los gatos viven más que los perros porque, a igual tamaño, su cerebro es más grande.
Y no se han quedado ahí. En total han estudiado 46 especies, y aseguran que las que poseen más genes conectados con el sistema inmunitario son más longevas. Por ejemplo, mientras los ratones viven un par de años, las ratas topo pueden llegar a cumplir 20, algo que atribuyen a su genética.
Pero ¿de verdad está tan clara la relación causa-efecto? ¿O es más bien simple casualidad? Es cierto que un sistema inmunitario potente puede estar asociado con una mayor longevidad, pero también con una mayor posibilidad de sufrir enfermedades autoinmunes. Más no necesariamente quiere decir mejor, y eso lo sabemos muy bien en biología.
No nos podemos comparar con otros organismos
Para intentar “retocar” nuestra longevidad se ha estudiado con lupa la capacidad de regenerar la cola u otros miembros de ciertos reptiles o los ajolotes. También hemos analizado minuciosamente la capacidad de desecarse y revivir de los tardígrados, unos animales invertebrados microscópicos conocidos como “ositos de agua”. Pero ni los humanos podemos regenerar nuestros miembros ni somos como los trisolarianos de El problema de los tres cuerpos, que podían desecarse y rehidratarse a voluntad como los tardígrados. Somos el producto de una evolución que nos ha dotado de unas capacidades, y entre ellas no está la longevidad milenaria, por más que nos pese.
Tampoco nos sirven de mucho estudios como el que recientemente identificó qué hace que la ballena de Groenlandia sea el mamífero más longevo. Las diferencias genéticas respecto a nosotros afectan, entre otras cosas, a la reparación del ADN, e incluso ofrecen protección frente a determinados cánceres. Pero una ballena no es un ser humano y no podemos extrapolar sus características a nosotros.
A pesar de todo, hay quien confía en que lograremos retocar nuestros genes para aumentar nuestra longevidad. Los experimentos llevados a cabo en organismos simples como levaduras, gusanos o moscas han mostrado interesantes respuestas, pero siempre nos queda la duda de si eso es factible con nosotros. Sin ir más lejos, un reciente estudio que muestra que la incapacidad de sintetizar un aminoácido, la cisteína, reduce el peso de ratones y, posiblemente, aumente su longevidad.
Pero ¿acaso podemos vivir sin cisteína? Pues no, ya que ese aminoácido es imprescindible para muchas funciones y su deficiencia causa síntomas muy severos, incluyendo enfermedades neurológicas.
Compuestos que nos alargan la vida
Si no podemos cambiar nuestra biología ni nuestros genes, siempre nos quedan los suplementos y la farmacopea. Un reciente estudio sugería que la vitamina D, los ácidos grasos omega-3 y el ejercicio físico ralentizan el reloj biológico que nos lleva al envejecimiento. Podemos encontrar otros cientos de artículos de este tipo hablando de los beneficios de decenas de compuestos naturales o artificiales.
Algunas personas se han ofrecido como cobayas para poner a prueba la capacidad de la farmacopea sobre la longevidad. Es el caso de Bryan Johnson y su campaña “Don’t die” (No mueras). La vida publicada de este señor se basa en una plétora de ensayos y análisis diarios, mucha actividad física, una comida frugal y que termina a las 11.00 de la mañana todos los días y una colección de suplementos y compuestos supuestamente relacionados con la longevidad que llena una habitación. A todo ello hay que sumar transfusiones de sangre de personas jóvenes y terapias génicas para aumentar la expresión de genes que, supuestamente, mejoran su condición física.
¿Pero va a alargarle la vida todo esto a Bryan Johnson? No lo sabemos, ni siquiera él puede estar seguro de ello. Eso sí, si se confirma que funciona, todo este sistema está solo al alcance de unos pocos. De aquellos que puedan gastarse 2 millones de dólares anuales en análisis, cuidados, caras y dudosas terapias y suplementos.
El secreto de una mayor longevidad: una vida más activa y sin contratiempos
La lista de personas más longevas del mundo nos dice que no hay fórmulas mágicas para una mayor longevidad. Si acaso se ha demostrado algo hasta el momento es que una mayor longevidad está asociada con una buena calidad de vida, con mantener una alta actividad física y social y con tener la “suerte” haber nacido con versiones de nuestros genes que permitan afrontar las complicaciones de la vida de la manera más efectiva posible, reduciendo el daño molecular y celular.
Tal vez algunos estén tan obsesionados con alcanzar una mayor longevidad que se les olvida vivir. Y lo cierto es que actualmente es mucho más factible añadir vida a los años que años a la vida. Lo de vivir cientos de años es ir contra nuestra biología y evolución. Es decir, por ahora, ciencia ficción.
Nota de Redacción: el presente artículo se publicó originalmente en www.theconversation.com bajo la autoría de Catedrático del área de Biología Celular. Investigador asociado del Centro Andaluz de Biología del Desarrollo. Investigador en metabolismo, envejecimiento y sistemas inmunológicos y antioxidantes., Universidad Pablo de Olavide.