En el Perú no pasa nada con los ladrones, al contrario, ellos y sus socios pueden volver a delinquir y pueden seguir condenando a la justicia, porque son dueños del reino de la impunidad. ¿No es eso lo que ocurre desde hace décadas con mayor frecuencia y “tolerancia aceptada” como si fuera un mandato constitucional?
Odebrecht –es decir, Brasil con Lula y cada izquierda latinoamericana con sus mastines-, inventó un genial sistema, sumamente innovador y lleno de perversiones que se acomodaban sin ningún estorbo ni queja: “una red de corrupción y manejo de relaciones con los que deciden las cosas” y con los que “influyen para esas decisiones”. En ese entramado o telaraña, cabían medios de comunicación, operadores de intereses, gestores financieros, la academia más renombrada en un rol espantoso como sala de exhibiciones, “road show” de recomendaciones y acuerdos previos y por supuesto, representantes de todos los partidos políticos, varios gremios y muchos sindicatos, una red inmensa de candidatos y sirvientes de los políticos elegidos -juntos, con ellos por supuesto, es decir piloto y copilotos-, y finalmente, como es de suponerse, miembros de las fuerzas armadas y los niveles supremos de la corrupta policía que defiende delincuentes.
Y esos, los delincuentes condenaron a la justicia, los delincuentes eran defendidos por el poder ejecutivo y el poder legislativo, los delincuentes tomaron el poder influyente de la academia y de casi todos los medios de comunicación y así, los delincuentes se convirtieron en el poder absoluto para hacer lo que quisieron y para seguir haciendo lo que quieren. Impunidad se llama.
¿Cuál es la situación actual? Hoy todo lo que se diga será lo mismo, porque no va a pasar nada.
Las pruebas no solo son insuficientes, sino que no será necesario descartarlas, porque no habrá legalidad ni legitimidad en procesarlas: las armas, las balas, el cadáver, la sangre, el dinero robado y descubierto, los pistoleros, todo fotografiado, filmado y con malhechores aceptantes de sus culpas, son intocables. Toda condena desaparece, todo castigo carece de reparación, es más, se liberan los castigos, menos el perjuicio al Perú y a los peruanos que seguimos, oprimidos, sin levantar la humillada cerviz.
La emboscada sigue, el Perú observa otra escena, esa es nuestra maldición.