Los escribas y fariseos iban con la ley en la mano para que el Señor les dijera que había que cumplir la ley y por lo tanto esa mujer debería ser lapidada.
Ellos eran legalistas cien por cien, se tenía que cumplir al pie de la letra lo que decía la ley. Para ellos los aspectos humanos como la misericordia y el perdón no contaban. La mujer adúltera había caído en falta y merecía ejecución, porque así lo mandaba la ley.
Los maltratos de la legalidad
Si nos detenemos un momento para mirar la actitud de estos defensores de la ley, los estamos viendo ahora en los tiempos actuales, para ellos la misericordia y el perdón parecen no existir. La fidelidad estaría en el estricto cumplimiento de la ley a raja tabla.
Un viejo refrán dice: “para los enemigos la ley y para los amigos la epiqueya” (epiqueya es la interpretación prudente y moderada de la ley de acuerdo a las circunstancias y a cada persona).
En el evangelio que estamos comentando los justicieros ya estaban listos, con las piedras en las manos, para lapidar a la adultera, pero se sorprendieron con la actitud y las palabras de Jesús. “El que esté libre de pecado sea el primero en arrojar la piedra”
La arrogancia del que juzga
Mons. Álvaro del Portillo decía: “muchos de los que critican las conductas de las personas no sondean antes el propio corazón para ver cómo está”
Hoy muchos jueces están peor que sus acusados y muchos de los que acusan, airados, e incluso con improperios, no les gusta que los acusen. Ellos creen que son los únicos que pueden acusar, o que tienen derecho para hacerlo.
Las peleas de los acusadores
Es penoso ver las peleas de los grandes acusadores, que van citando leyes a su favor para desprestigiar al otro. A ellos habría que decirles que se retiren de esas contiendas donde llueven los insultos, las acusaciones y los improperios y aprendan a perdonar y a pedir perdón, como hizo Jesús.
Cuentan que Santo Toribio de Mogrovejo, el segundo Arzobispo de Lima, quería mucho a sus sacerdotes y un día uno le falló con una falta grave, Santo Toribio lo mandó llamar y este sacerdote pensó que lo iba a castigar e incluso a expulsar del estado clerical.
Santo Toribio lo llevó hasta su cuarto y se empezó a flagelar delante de él. Este pobre sacerdote le gritaba: “¡No Monseñor, no siga, por favor! ¡Estoy muy arrepentido por todo lo que hice!” Y Santo Toribio le dijo: “me has fallado porque no recé lo suficientemente por ti” “yo tengo la culpa”
Santo Toribio sin ser culpable se creía más culpable que el sacerdote que había caído en falta. A él lo perdonaba.
El que sabe amar, sabe perdonar.
En esta escena del Evangelio, que estamos comentando, el Señor le dice a la mujer adúltera: “Si ninguno te condenó yo tampoco te condeno, vete, y no peques más”
Jesús misericordioso la perdona, le da otra oportunidad. Ella se retira con el propósito firme de no pecar más.
En el mundo está faltando la reconciliación y el perdón. Hay demasiadas condenas y poco perdón. Debería ser al revés. Que abunde el perdón que es el camino de la reconciliación.
Somos personas distintas, con distintos gustos y opiniones. Que sepamos ir de la mano del que no piensa como nosotros, pero no dejemos que se encienda la ira que lleva al maltrato y a la violencia. Eso, Dios no lo quiere.
Como dice un viejo refrán del de los Boys Scouts: “Hagamos todo por amor y nada por la fuerza, ¡siempre lo mejor!”