Mis abuelos son periodistas de los de antes, esos que ahora casi ni se ven pero no por viejos o jubilados, sino porque otras generaciones han venido a cambiar tradiciones, escuelas y talentos de diversas maneras.
Yo creo en la Libertad, así que el cambio en libertad es aceptable, pero no cambiar la esencia de una profesión que cautiva y enamora cuando la vives como ellos lo hicieron, sin horas de retorno, entusiasmados con leer el periódico o escuchar las noticias, porque antes la radio reunía a la gente en casas y trabajos.
En la vida diaria me sorprende la bulla que hacen con sus autos los taxistas en especial, que si te ven cruzar la calle comienzan a tocar su bocina una y otra vez, te hacen señas o te lanzan alguna frase ofensiva que hiere tu condición humana como mujer.
Pienso que no tendrán hijas, ni madre, ni hermanas, porque si las tuvieran no creo que serían tan cobardes como para hacer insinuaciones degradantes con mujeres indefensas que nada les hacen, ni pretenden hacerlo.
No pertenezco a grupos feministas ni me interesa por ahora, hablo como joven, como mujer y universitaria que teme salir a las calles en medio de agresiones de esta naturaleza. Me malogran el día, me siento enojada.
Creo en cambio que la frase amable de un hombre -de cualquier edad- educado y respetuoso, es de caballero, es distinta a la de un patán.
Cuando una persona te dice algo agradable, suena bien, se escucha bien, volteas y tal vez miras, hasta puedes sonreír; sin embargo, tocar la bocina del auto insistentemente, parar delante tuyo para que no cruces la esquina o escuchar ese “psss,psss” y la mirada que te escanea, es ofensivo.
Un país como el nuestro necesita que las mujeres pongamos las palabras en su sitio y les coloquemos a los que rebuznan, nuestra respuesta en su lugar, porque tenemos que enfrentarlos. Y los mismos varones, deben de hacerlo también con esos “hombres”.
Es así mujeres, mujeres de verdad.
fotografía referencial diario OJO