Parece que ahora ya no importa tener la razón o estar en la verdad, aunque se lleven pruebas. En muchas instancias las cosas están amarradas y muchos funcionan por consignas.
Se concede escuchar al que quiera decir la verdad para que exponga sus argumentos, pero suele ser, en la mayoría de los casos “un saludo a la bandera”.
Cuando la suerte está echada ya no hay argumentos que puedan romper las decisiones que se han tomado. Las consignas obedecen a posturas políticas o a negociados previamente pactados, donde no se puede permitir dar un paso atrás, ni siquiera uno al costado. Las decisiones vienen dadas y están debidamente amarradas. Hay “compromiso” y puede haber dinero de por medio.
Quienes organizan estos contubernios ajenos a la verdad son personas que no tienen escrúpulos, porque han dejado de lado su conciencia. No les importa los demás, lo que quieren es “salvar el pellejo” y beneficiarse todo lo que puedan.
Es muy probable que todas estas personas tengan “rabo de paja” y por lo tanto tiemblen cuando se encuentran con una persona honrada con planteamientos que responden a la verdad. Procuran bajárselo cuanto antes, no vaya a ser que el honrado les “malogre la fiesta”.
Estos líderes, que son más bien guías de ciegos, conocen bien las estrategias para engañar con sus grandes fábulas. No les queda otra que apelar al cuento, que está lleno de mentiras, para apabullar y no dejar que salga a flote la verdad que los aterroriza. De esa forma consiguen tener dormida a la gente que les hace caso y terminarán llevándolos al despeñadero, siempre con historietas ilusas y muy alejadas de la verdad.
Urge desenmascarar con valentía a estos cuentistas y advertirles a sus seguidores ilusos que están viviendo una fantasía, aunque los que odian el bien porque fueron “debidamente infectados” prefieren la fantasía y lanzan diatribas, con los ojos cerrados, a las personas más buenas. Estos últimos suelen ser los menos listos.
En estos tiempos que estamos viviendo, cuando está en crisis la verdad, los cuentistas y sus seguidores se multiplican por doquier y son como una plaga que es necesario erradicar para que la sociedad pueda funcionar armónicamente y con coherencia (P. Manuel Tamayo).