Cuando era chico aparecía en la cartelera de los cines, que traían los periódicos, la censura de las películas que se exhibían.
Las prohibiciones eran de acuerdo a la edad: “prohibido para menores de 14 años”, “prohibido para menores de 16 años”, prohibido para menores de 18 años” y “prohibido para menores de 21 años, no recomendable para damas”
En todos los cines había una persona que controlaba los accesos a las localidades y si dejaba entrar a una persona a una película que no era para su edad, le podía caer una severa multa.
A las casas de juego no podían entrar los menores de edad. La televisión era muy limpia, no había “nada subido de tono”, que yo recuerde.
La autoridad de los mayores
A las personas mayores se las respetaba y se creía lo que decían. Los maestros eran los que sabían y no se les podía contradecir, el policía era cercano y protegía realmente a la población. Había confianza y respeto por la autoridad en general.
En esas décadas de los años 1950, 1960 se cuidaba más el vestido de las personas, tanto los hombres como las mujeres. Ellas iban bien arregladas y muy femeninas, los hombres casi de etiqueta, el terno y la corbata se usaban mucho, también en los colegios.
A nadie se le ocurría vestir a los niños como adultos, ni a los adultos como niños. No existía el unisex en las modas. Había, se puede decir, una urbanidad y una disciplina que ahora ya no existe.
Los hombres cuidábamos de las mujeres y los mayores de los menores. La esperanza de vida no era tan alta, los ancianos eran pocos y solían llamar la atención. La mayoría fallecía en la década de los 60 años. Pasar los 80 era una excepción.
El ejercicio de la libertad
La libertad de los niños y de los adolescentes consistía en el cuidado que tenían los padres, los profesores y las autoridades para que no cometieran excesos y cuidaran sus horarios. Las fiestas terminaban a una hora prudente, los chicos se acostaban temprano, almorzaban y comían sentados en la mesa con sus padres y hermanos. En los juegos se interactuaba, no existían los electrónicos ni los teléfonos celulares.
Los adultos eran libres para tomar las decisiones oportunas. Las mujeres confiaban en los hombres y ellos las protegían y las cuidaban con esmero. Todo se aprendía en casa, los hijos varones tenían que cuidar de las hijas mujeres.
A nadie se le pasaba por la cabeza lo que ahora se entiende por machismo o feminismo. En la familia, viviendo unas normas de disciplina, nunca nos sentimos presionados o que faltara la libertad. Si funcionaban bien las cosas en la casa todos estaban felices.
En esos años a nadie se le ocurriría limitar la libertad de los adultos mayores. Al contrario las canas eran veneradas y lo que pudieran decir o hacer era muy valorado por los más jóvenes.
Desbarajuste existencial
Hoy, en estos temas de respeto, se ha sacado el “pie del plato”. Vivimos en un desbarajuste existencial. Los enemigos de la familia procuran dividirla sacando como bandera la “independencia” como signo de libertad. Se le dice a la mujer que se libere, que no debe ser “esclava” en su casa para criar y educar hijos, que ella debe salir a la calle con los mismos derechos que los hombres.
Se le cuenta a la mujer que siempre ha sido persona de segunda categoría y que ya ha llegado la hora de romper esquemas y establecer la igualdad entre hombres y mujeres. Se crea en ellas una desconfianza y una actitud de sospecha, como si alguien las persigue para acosarlas y quitarles su libertad y felicidad.
En algunos países occidentales se fomenta la eutanasia. Ya no se quiere contar con los adultos, se les saca del trabajo cuando cumplen la edad de jubilación y se les deja aislados sin más. Muchos se sienten olvidados y marginados. Se piensa que los adultos pueden ser una carga innecesaria para la economía del país.
¿Qué se puede hacer?
No se trata de establecer una regresión para volver al pasado, pero es importante mirar el estilo de vida de los que nos han precedido. Hay muchas cosas que rescatar que ahora se han perdido. La familia tiene que recuperar su sitial, igual que las autoridades su prestigio. La escuela principal está en el hogar. Allí se aprende a vivir con honradez pensando en los demás, se aprende a no ser egoísta y a querer a los demás.
Los mayores tienen el deber de ser ejemplares para enseñarles con un prestigio adquirido a las siguientes generaciones a ser honrados y generosos, a decir siempre la verdad y a no mentir.
Para que haya auténtica libertad debe estar presente la verdad. No se debe prohibir lo que es propio de la libertad con responsabilidad (P. Manuel Tamayo).