La libertad, que es esencial para la calidad de las decisiones que se tomen, no es nunca la huida, la ausencia de compromisos, ni el desenfreno.
Se tiene libertad cuando se respeta y se quiere la verdad, y ésta es objetiva. Las cosas son lo que son y no lo que queremos que sean. Si las cosas cambian habrá que admitir que han cambiado.
La realidad es imprescindible para poder conocer la verdad y así lograr orientar nuestro querer, que es orientar nuestra vida.
Para conocer la verdad y quererla es necesaria la libertad y ésta se debe respetar siempre. Además con el conocimiento de la verdad la libertad crece.
Desde la infancia
A los niños hay que enseñarles a querer. Ellos mismos aprenden a tomar decisiones, gracias a la formación recibida, en la familia y en el colegio, con los criterios de conducta de una antropología correcta.
Siempre, en todas las épocas de la vida, la verdad nos hace libres y la mentira nos esclaviza.
Coacciones involuntarias y penosas
Lo que se arma y se construye con la mentira, o con la imposición de la verdad, sin respetar la libertad, termina siempre mal.
Lamentablemente existen todavía muchas personas que, sin proponérselo y sin darse cuenta, coaccionan a los demás con su estilo de vida o con el modo de hacer las cosas.
Entre ellas se encuentran las que organizan sistemas de control buscando en primer lugar el orden y la eficacia de su organización, es fácil que pongan el acento en su trabajo con unos parámetros que limitan la libertad de los demás.
Otros piensan que las cosas deben hacerse de acuerdo a unos esquemas fijos y se aferran a sus planteamientos para que todo se cumpla como se había previsto. Son los que están más pendientes de la gente haga lo que está establecido; (puede darse en los colegios, en instituciones, o en las empresas). El exceso de un formalismo burocrático impide el acercamiento a las personas.
También puede ocurrir que los que tienen potestad por el cargo que han recibido, estén más pendientes del éxito de su mandato (horarios, asistencias, que todo esté cubierto y preparado), que del acercamiento a las personas en sus ambientes respectivos; no tienen tiempo ni saben acompañar a la gente en las diversas vicisitudes de la vida (visitar su casa, ir al médico, ir a verlo jugar en un evento deportivo, visitarlo cuando está enfermo, estar con él en el velorio de un pariente, etc).
Cuando se trata de la formación de las personas no deja de ser penoso si se les busca solo para que participen de actividades organizadas. “Marcan tarjeta” de asistencia y luego se hacen comentarios elogiosos: “¡qué bien ha salido la actividad, han venido muchos!” En realidad muchas veces solo “se han reventado cohetes”.
En todo el mundo abundan eventos que solo tienen como fin que venga gente. Esto está bien para un espectáculo artístico, deportivo, o para asistir a algunas conferencias interesantes, pero cuando se trata de formar a las personas para que se comprometan con valores trascendentes es indispensable el trato humano personal, que es lo que más tiempo lleva.
Libertad para amar y formar personas libres
La potestad que se recibe para formar a las personas, en los distintos ámbitos, hogar, colegio, instituciones, etc., tiene como función primordial conocer bien a cada persona con sus circunstancias.
Los que estuvieron más pendientes de los sistemas (clases, actividades, etc), se dieron con un canto en los dientes, cuando comprobaron que su semilla cayó en un campo pedregoso y no dio fruto.
El primer planteamiento formativo para cualquier persona es amarla. Ese es el punto de partida para que exista realmente la libertad y se pueda lograr que las personas libremente quieran.
Lamentablemente en muchos colegios, las actividades que tienen que ver con la ética y la formación religiosa de los alumnos, son “un saludo a la bandera”; no se llega a la meta ideal por los modos de proceder de los que ponen el acento en los sistemas y quieren que todos pasen por el “aro” de esos procedimientos. ¡Hay que rezar! (P. Manuel Tamayo).