Había una vez un hombre delgadito, bajito y pretensioso que se llamaba Iván, desde muy niño era bastante vanidoso, se miraba al espejo preocupándose por su imagen, quería impresionar a los demás con sus posturas y gestos, además tenía muchas ganas de sobresalir en público y convertirse luego en un personaje importante para su país. Era el sueño de su vida.
Iván destacaba más por sus gestiones que por sus estudios. Buscaba juntarse con los más influyentes para bien o para mal, él los medía de acuerdo a sus intereses y a lo que quería conseguir.
Pasaron los años sin que Iván pudiera destacar en nada significativo, solo tenía en su haber las influencias de sus conocidos que el llamaba “amigos”, aunque realmente no lo eran. Estaba acostumbrado a conseguirlo todo sin haber hecho nada, solo veía que podía lograr subir muy alto, como lo habían hecho otros, sin méritos propios. Todo a base de “buenos” contactos y “buenas influencias”
El sistema que utilizaba era algo parecido a la pirámide: pedía apoyo prometiendo ganancias futuras y aceptaba, a cualquier persona venga de donde venga, solo les pedía “fidelidad” a sus propuestas y un aporte de acuerdo a sus posibilidades.
Arengas y discursos contra los corruptos
Las arengas y discursos de Iván y sus seguidores eran siempre a favor de la moralidad y contra la corrupción. Sabían perfectamente que repitiendo eslóganes, todos terminarían convenciéndose de estar en la “verdad” de lo que afirmaban y buscaban.
Lógicamente, sus primeros seguidores fueron sus amigos y conocidos. Más tarde, entre todos, buscaron algún “pez gordo”, alguien que suene fuerte y que podría darles cierto “prestigio” al grupo que habían formado.
Promesas sin sustento
Con el tiempo el grupete de adeptos fue creciendo poco a poco, les fue fácil conseguir partidarios, porque no existían mayores exigencias. Los que se inscribían tenían esperanza en adquirir prebendas, y como todo era a base de promesas y más promesas, estaban bastante ilusionados.
Los que se apuntaban al grupo trataban de buscar donativos para crecer. Todos pensaban lógicamente, que invertían ahora para poder tener en el futuro ganancias sustanciosas.
Entre ellos se reunían para prometerse firmemente luchar contra la corrupción moralizando las instituciones y el país. Repetían tanto esos “nobles” propósitos que lograban “anestesiar” sus conciencias.
A sus familiares y amigos les contaban sobre los objetivos serios y profundos de la organización. Sin decirles nada, porque no tenían argumentos de fondo, solo palabras y más palabras, que eran promesas a futuro. No habían realizado ninguna obra concreta que pudieran enseñar y cuando mencionaban a los “importantes” del grupo, no sabían que los que habían capturado eran “comodines”; gente con yaya que procedían de otros grupos y que tenían “rabo de paja”.
Es que todos los que llegaban al grupo de Iván buscaban algo parecido a un “vientre de alquiler” donde pudieran refugiarse para sacar algún provecho personal. Eran unos “trapecistas” conocidos, que se pasaban de un lado a otro para poder permanecer en el “aire”, sin perder vigencia.
La aceptación tácita de la doble vida
Iván estaba casado pero no le iba bien en sus relaciones familiares, se escapaba de la casa sin decir a dónde iba y tenía aventuras con queridas que le simpatizaban. Un día lo encontraron en un “affaire” y quiso esconderse muerto de vergüenza.
Él les decía a sus partidarios que iba contra la corrupción y a favor de la moralización y nunca aclaró la situación de su vida privada. Quizá pensó que la vida privada no tenía nada que ver con la moralización y que podía ser fiel en su trabajo e infiel en su casa.
Esta actitud lo descalificaba por completo, sin embargo los que estaban a su lado cerraban los ojos, no querían ver esa falencia de su Jefe para no perder todo lo que buscaban para ellos. Denunciarlo implicaba pérdida para todos. Además como sus seguidores tenían historias parecidas, el compromiso era blindarse entre ellos y seguir adelante.
Al no darle importancia a esos asuntos de la vida privada, ninguno se atrevía a urgar en la vida de sus compañeros, miraban solo lo de fuera, lo que decían y lo que tenían (influencias, dinero).
La creación de “verdades” y el complot contra la verdad
Aunque los eslóganes partidarios eran de “moralización” no podían defender ideologías sustentadas por una verdad objetiva, porque quedarían desenmascarados.
Apuntaban a ideologías “liberales” de “respeto a los derechos humanos” y a la voluntad del pueblo. Se llamaban así mismos: demócratas, pero buscaban armar un Estado potente para poder “controlar” los abusos de las clases dirigentes.
Con la misma astucia de los comienzos lograron embaucar en sus filas a ciertos grupos de poder que buscaban aumentar su capacidad económica con convenios y tratos que los favoreciera. Para ellos, lo prioritario eran los negocios, que los hacían más ricos y así podrían tener un poder que los mantuviera siempre en la cúspide. Utilizaban a los pobres para beneficiarse ellos. En sus campañas sociales el 10% iba para los pobres y el 90% para ellos.
Había un crecimiento económico que no llegaba a las grandes mayorías, que eran fundamentalmente los pobres.
Por contraste existían en el país grupos que defendían la verdad sin engaños ni hipocresías. Iván y su gente temían mucho ser descubiertos por estos líderes de línea recta y conducta coherente.
Los sustentos políticos del poder mediático
El poder mediático había visto que el grupo de Iván era el más adecuado para seguir “triunfando” en el mercado. Hicieron convenios para apoyarse mutuamente dejando de lado los criterios de justicia y honradez. Lo que primaba para ellos era las ganancias que podrían obtener.
Para que nadie interrumpiera estos objetivos, no tenían escrúpulos para inventar historias para culpar a los líderes de la honradez y la verdad como enemigos del país y defensores de intereses de grupo.
Lanzaban campañas organizando tumultos y manifestaciones con la ayuda y la propaganda del poder mediático que estaba a su favor.
Lo increíble fue que grandes mayorías creían los “argumentos” que presentaban. Buscaban a los indignados por algún asunto para que salieran a reclamar sus derechos diciéndoles que les darían todo el apoyo. Fue al revés, usaron a muchos incautos que caían en la trampa y participaban en estos eventos que terminaron siendo extremadamente violentos, con muertos y heridos.
Iván y sus aliados usaron todo su poder para hacer creer a las grandes mayorías que los culpables de estas violencias fueron los líderes que se oponían a su proyecto.
Iván y sus aliados fueron como Nerón que incendió Roma y le echó la culpa a los cristianos. Lo que coincida con la verdad es solo mera coincidencia. (P. Manuel Tamayo).