De vez en cuando visitaba mi colegio, La Recoleta, en Lima, sobre todo cuando eran los almuerzos de las promociones. Otras veces nos reuníamos solo los de la promoción. Vittorio Sambuceti y Miguel Monteverde se encargaban de organizar las listas y convocarnos.
Siempre guardo en mi corazón la gratitud y el cariño al colegio donde estudié de niño y especialmente a varios religiosos de los Sagrados Corazones y a algunos profesores, los que más se involucraron en nuestras vidas.
Tengo amistad con varios compañeros, con algunos coincidí en los Boys Scouts y recordamos cientos de campamentos que hicimos en las afueras de Lima, en lugares que ahora están totalmente poblados. Con otros hice amistad porque jugábamos juntos en la selección de fútbol o en las competencias de atletismo en el Adecore. El resto porque simplemente éramos amigos y nos visitábamos en nuestras casas, salíamos al cine, al estadio nacional o a un paseo familiar.
Los momentos pasados con los amigos, que eran totalmente sanos, alegres y divertidos, los recuerdo con nostalgia.
Después de salir del colegio visitaba a los compañeros que podía, aunque mucho más a los que eran de la promoción 65 de La Recoleta. Con ellos me gustaba recordar ciento de anécdotas vividas en nuestra etapa escolar. Se suele decir que uno se acuerda más de los primeros años de su vida y efectivamente así sucedió conmigo y con mis compañeros de clase.
El año 93 llevábamos 28 años de egresados, el 90, que cumplimos 25, nuestras bodas de plata, cenamos en un chifa de San Isidro y luego en Octubre, en el día del colegio, acudimos al almuerzo recoletano, con todas las promociones.
Ese año hubo un trato especial para nosotros, por nuestras bodas de plata. Éramos todavía jovenzones, la mayoría habíamos cumplido los 41 años de edad. En nuestra conducta, aún se notaban retazos de la adolescencia, sería porque al vernos los que estuvimos siempre juntos en la niñez y adolescencia, brotaban con facilidad los modos y las maneras infantiles de tratarnos.
Mi segunda juventud
Algunos dicen que cuando se cumple los 40 se inicia una segunda juventud. El cuerpo pierde cierta agilidad, yo lo noté en el fútbol, ya no corría tanto como cuando tenía 20. Además, los futbolistas profesionales cuando cumplen 40 se retiran de las canchas, ya se les considera viejos.
Sin embargo en la década de mis 40 años, tenía el propósito de seguir jugando muchos años más.
El 93 había cumplido los 45 y me sentía un peso pesado, cuidaba mis alimentos para estar siempre en forma y no subido de peso. Hice mis primeros chequeos médicos y me encontraron el colesterol y los triglicéridos un poco altos. Me recomendaron intensificar el deporte, fue cuando agregué el tenis.
Salía a las canchas con relativa frecuencia. Todos los domingos iba con los chicos al colegio Algarrobos para jugar un partido de fútbol, era algo que no fallaba nunca. Cuando viajaba a Lima iba con el propósito de organizar “pichanguitas” con mis sobrinos mayores y otros chicos amigos que conocía de mis labores anteriores. Alquilábamos una chancha por las noches y la pasábamos en grande. Y de vez en cuando un partido de tenis, pero como recién estaba aprendiendo, me aburría bastante, me parecía que era algo demasiado lento para mi.
Algunos me decían que ya debía dejar el fútbol y solo dedicarme a deportes más suaves, pero yo me resistía. Me gustaba tanto el fútbol y no quería dejarlo de ninguna manera. Me apoyaba en amigos mayores, que seguían jugando fútbol y lo hacían muy bien, como mi amigo Julio César Espinoza, que había conocido décadas atrás en el colegio Marhkam cuando yo era capellán, a finales de los años 70.