Para el Perú Julio es un mes emblemático por las fiestas patrias y las vacaciones de medio año. La gente espera el mensaje presidencial y la tradicional parada militar con el desfile de las fuerzas armadas de nuestro país.
Este año empezó Julio con el “Chupinazo” presidencial que daba rienda suelta a la población joven para salir a las calles. Los niños y los adultos mayores deben quedarse confinados en sus casas obligatoriamente.
Como en los San Fermines de Pamplona (España), que también son en julio, esta decisión gubernamental, cargada de protocolos, permite las correrías de la gente por las calles cuidándose cada uno de no ser cogidos por el covid. La diferencia con la ciudad española es que nuestros “toros” son invisibles.
Los corredores de Pamplona que corren en el callejón entablado, deben observar una serie de reglas para no ser cogidos y corneados: llevar un periódico enrollado y correr al lado del toro, nunca delante, y cuando no pueden más, deben tirarse al suelo al lado de los tablones. No todos cumplen los protocolos y es entonces cuando vienen los accidentes que pueden ser mortales.
Las correrías en nuestros encierros criollos
Estando en cuarentena se veían correrías a las horas punta en los mercados y en los transportes. A partir del 1ero de julio, con el “chupinazo”, éstas se han multiplicado y no hay manera de controlarlas.
En estas “corridas” que parecen “estampidas”, las mayorías compiten por subir a los buses o por agarrar antes las ofertas de los mercados, olvidando los protocolos establecidos.
No todos consiguen salvarse de estas aglomeraciones que duran horas y se repiten todos los días. El número de los caídos va en aumento y lógicamente, a más gente más lamento.
La temeridad en tiempos de pandemia puede terminar en tragedia.
Corren justos y pecadores, culpables e inocentes. Unos en busca de pan y otros porque les da la gana. Cualquiera puede ser cogido aunque tome ivermectina, exhale con hojas de eucalipto, o haga gárgaras con sal, es igual; el enemigo no respeta y mata al que quiere.
En el encierro español los que se encuentran dentro del callejón deben ser suficientemente prudentes para que no les ocurra nada.
Lamentablemente, a pesar de las advertencias, que son constantes, nunca faltan los temerarios desafiantes, que piensan que a ellos no los cogerá el toro y que todo es una exageración. Luego vienen los lamentos y algunos dirán, para tratar de justificar lo injustificable: “murió en su ley”
Si a uno le llega la hora de la muerte por Covid o por cualquier otra causa tendría que aceptarla con resignación cristiana y pedir oraciones para que le ayuden a dar el salto definitivo a la Patria Celestial.
Muchos han muerto con dignidad y merecen el respeto y el aprecio. No podemos olvidar a los que dieron su vida por salvar a los demás. Hemos visto historias maravillosas de seres ejemplares que nos han conmovido tremendamente. Dios los tendrá en su gloria.
Pero, como se suele decir, “no todo lo que brilla es oro”. Se hace necesario advertir que ponerse en peligro por una temeridad y no poner los medios urgentes para cuidarse y para cuidar a los demás, puede poner en peligro la salvación de la propia alma.
De un temerario que arriesga sin motivo, y por no cuidarse, muere, la gente tendría que decir: “murió por idiota”. No compensa, ni es ejemplar, morir de esa manera tan absurda y peor cuando a esa persona no le importó el prójimo y contagió a otros.
La heroicidad y santidad de la obediencia
Las advertencias y las medidas de prudencia no están demás. Están reguladas por las autoridades que deberían manejar con acierto y esmero estas situaciones de gravedad, alcanzando los medios que sean necesarios para disminuir las consecuencias fatales de una pandemia.
La población debe ser instruida convenientemente con una información veraz y con la ayuda de todos los estamentos sociales en coordinación: autoridades, empresarios, científicos, economistas, fuerzas armadas, la Iglesia, maestros, etc. Todos unidos poniendo lo mejor de cada uno.
El amor a la Patria, en este mes de julio, podría ser el aporte personal de cada uno, para ayudar a defendernos de este enemigo invisible que nos está destruyendo.
En primer lugar cuidar los protocolos establecidos y luego tener iniciativas para apoyar a los que se ven más necesitados.
Antes que nada: pedirle a Dios y a la Virgen María que nos ayuden a ganar esta guerra y que no se extienda más. (P. Manuel Tamayo)