Un jardín, grande o pequeño, con sus plantas, flores sencillas y la visita de más de una avecilla citadina, basta para darle reposo al caminante -cada uno de nosotros-. De ordinario, más que caminar, trotamos y corremos de un extremo a otro en medio de los afanes del día. Un jardín me ha parecido el libro Pájaros y luciérnagas. Pensamientos y aforismos (Ariel, 2015)del premio Nobel de literatura Rabindranath Tagore (1861-1941). Una antología de textos cuya edición y traducción ha corrido a cargo de Ricard Vela. Un libro en papel, pulcra y bellamente editado, prototipo del libro al que se refería Romano Guardini en su Elogio del libro (Encuentro, 1998).
La primera parte es una selección de pensamientos entresacados del teatro y ensayos del autor. Textos cortos que invitan al diálogo e intercambio de ideas de ida y vuelta, como cuando dice que “todos nosotros somos como un verso extraviado de un poema, que siempre siente que rima con otro y que debe encontrarlo, pues de otra forma perderá completamente su plenitud (p. 39)”. Es la búsqueda de esas otras mitades para llegar a ser uno mismo, como lo sostenía Platón. Esos otros versos con los que rimamos en las relaciones interpersonales entre los amigos. Y hay rima porque se entrelazan las afinidades que nos unen y permiten la atracción mutua tan propia de la amistad.
Es sugestiva, por otra parte, la distinción que Tagore hace entre gastarse y darse, cuando señala que a “los despilfarradores les falta con frecuencia la verdadera generosidad… Pueden gastarse, pero no darse a sí mismos. Un gasto imprudente que llenan con los escombros de las actividades, cuyo propósito es sepultar el tiempo (p. 51)”. Ciertamente, la auténtica generosidad es efusión, desprendimiento que no consume al dador, sino que más bien le hace crecer: es abundancia del corazón más que excedente de dinero. En cambio, el “vividor” gasta su vida en diversiones de risas huecas, despilfarra su dinero en experiencias de vértigo, “acorralado en el círculo vicioso de las múltiples distracciones” que la sociedad de consumo le brinda (cfr. p. 52). Consigue llenar, quizá, en el corto plazo su vacío existencial, pero, muy a su pesar, su alma se sigue deteriorando, como le sucedía al retrato de Dorian Gray.
Pasemos a la segunda parte del libro, compuesto de aforismos y versos aforísticos. Muy al inicio está colocado uno de los aforismos que más he utilizado: “Si lloras de noche porque has perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas (p. 107)”. Es un optimismo existencial muy ajeno a las quejas de pesimistas y amargados. No es ceguera ante los fracasos o injusticias sufridas, es fortaleza de ánimo para seguir viendo las alternativas que se abren, incluso, en esas malas noches pasadas en malas posadas.
Que vengan los logros y éxitos, desde luego, más, sin dejar de reparar que “hay triunfos que sólo se obtienen por el precio del alma, pero el alma es más preciosa que todos los triunfos (p. 111)”. En la cultura cristiana resuenan en nuestros oídos el versículo de San Mateo, 16, 26: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” El éxito no se justifica por sí mismo, ha de habitar en una cultura de la excelencia, de tal modo que los logros profesionales no menoscaben el florecimiento espiritual de la persona.
Y en medio del colorido y trinos de las aves por la mañana, así como entre las alegres luces intermitentes de las luciérnagas por la noche, nos unimos a la eterna juventud de Dios, para quien “sus propias mañanas son una nueva sorpresa (p.134)”. Bonita forma de empezar el día asombrándonos de la novedad de cada amanecer.