Las protestas que fueron algún dia el desencadenante del cambio de agenda en un país, ya no existen más que en el recuerdo vago de donde salieron. No es octubre o diciembre, ni febrero o marzo de “un año que ya ha pasado”, lo que hará “que vuelva a ser, lo que nunca fue”, es decir, que de la acción con violencia y de la fabricación de víctimas, se produzca el camino de algo asi como una “transformación política”.
No fueron, no son, no serán la bombas o petardos, el ataque a locales públicos o privados, la represión contra la Policía o el asesinato de efectivos militares lo que creará la militancia de izquierda y la revolución de los criminales, porque el pueblo -al que tanto engañan-, no les cree más.
Los grupos de izquierda, multidivididos como ellos mismos quieren que sea cada reforma política que cada cierto tiempo lanzan ante el desacierto que -cada cierto tiempo también-, imponen en la agenda política de los naciones, para atomizar la representación popular, con esa “propuesta” que dice que la nueva democracia se construye con pequeños grupos de rostros invisibles, en vez de con la imagen de una sola nación en unidad, han demostrado que la estrategia inicial de polarización no funciona, que eso de hablar de explotados y explotadores es improductivo electoralmente, que aquello de decir que la inclusión social o que el reconocimiento de los géneros debe ser el punto de partida y el curso de la dignidad humana, no les funciona más allá del grito o la marcha de menos fanáticos cada día, porque “eso”, no les da dinero, no produce caja y para las izquierdas el no tener caja, es ahora el mayor problema.
Si antes, digamos hace unas cinco décadas, las izquierdas construían militancia y producían solidaridad y sentimiento de lucha para impulsar la acción formativa (teoría y práctica), eso fue cambiando totalmente cuando comenzaron a asumir los gobiernos en ciertas naciones con recursos (Venezuela, Argentina, Brasil, México) y crearon sus “fuentes de poder y expansión” como competencia contra ellos mismos. Así nacieron a nivel latinoamericano el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla.
Pero viene la pregnta: ¿Porqué dos grupos en un mismo terreno de lucha que clamaba por la unidad? Es muy sencillo. Los dueños de los partidos de izquierda, siempre han ambicionado que sus rostros estén al lado de la secuencia de Marx, Lenin, Engels, el Che Guevara. Es decir, así como Fidel Castro se inmortalizó -a él mismo- en vida y sus discursos fueron los evangelios del pueblo cubano, pero nunca del pueblo en America morena, lo mismo pensó el dictador Hugo Chávez, haciendo de sus discursos y del reparto del dinero de la pobreza venezolana hacia el exterior, el financiamiento de su “legado histórico”, pagando a otros para que idealizen a “sus” mecenas. Pero “esa pagaduría” tampoco les funcionó, porque ni Castro ni Chávez, han producido ideas, porque ni Castro ni Chávez han construído dignidad. Las izquierdas del odio no han entendido que los pueblos, por pobre y poco instruida que sea en su gran mayoría la gente, no idealizan la sumisión ni el vasallaje, no leen discursos ni se aprenden de paporreta la propaganda del odio que les quieren sembrar los herederos de Castro, Chávez, Allende o cualquier otro demente de esas temporadas del retroceso intelectual, de la deshonestidad política.
Frente a esa gran división latinoamericana de protagonismos en base al dinero y no en base a liderazgos o ejemplos, donde el incompetente gobernante y extremadamete hábil demagogo Andrés Manuel López Obrador, también se quizo hacer de un rostro a lo Marx o Lenin, sin tener ni un ápice de sus ídolos, los protagonismos no acaban, la búsqueda forzada de la fotografía con emoción es una hipocresía, el abrazo, es un puñal.
Y por eso, las izquierdas han entrado en el torbellino de la extinción, pero hay que tener mucho cuidado con no ponerles la lápida, porque siempre existe un escondrijo en la madriguera.
Imagen referencial, Escondrijo encontrado durante las obras del Tren Maya, en México