Te puede mentir sobre los precios, te pueden mentir sobre la inflación y el PBI, nos pueden engañar sobre el fútbol y sus mafias, pueden estafarnos inclusive en nuestros ahorros y pagos, pero lo que nadie puede fabricar con mentiras es la terrible realidad referida a la inseguridad ciudadana, la violencia creciente de la criminalidad y la injusticia desbordante de la impunidad delincuencial. No hay ni calma ni paz en un país angustiado en el miedo y ahogado en la guerra diaria que se libra por simplemente querer ir al trabajo, ir a la escuela, a la universidad, salir de compras, caminar por las calles y plazas que antes eran libres para los ciudadanos y sus familias, calles, parques y plazas en las que ahora se debe pagar cupos para que los niños, jóvenes y ancianos circulen sin que una bala de fatal destino acabe con ellos.
No estamos en Lima, ni en Trujillo, estamos en la nueva Caracas peruana, rodeados de las bandas del Tren de Guayana, del Tren de Aragua, del Negro Fabio; las bandas de Juancho, del Toto y Zacarías, del Grupo Armado Yeico Masare y por supuesto, de las bandas criminales formadas con los remanentes del Ejército de Liberación Nacional ELN-Colombia y las disidencias de las (FARC) Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia que recogieron a los viejos delincuentes del M-19, el grupo sanguinario -protegido- del actual gobierno aliado del chavismo. ¿No lo sabían?
¿Y porqué, me preguntan, si el gobierno lo sabe, si los organismos policiales y de inteligencia también lo saben, no se les captura y condena o entrega a las autoridades de Venezuela? Porque de allí vienen pues, con pasaporte diplomático en varios casos, con amplia cobertura financiera y gran protección, inclusive de organizaciones de países afines al Grupo de Puebla o el Foro de Sao Paulo que no escatiman recursos y logística de apoyo. ¿No lo sabían?
En Venezuela o lo que fue de ese país, la existencia humana es un juego de retos y pagos, donde los ciudadanos deben de pagar por salir de casa, por abrir el negocio, por tener trabajo, por todo lo que sea exigible desde las bandas del crimen estatizado. El organigrama de la criminalidad juega en dos escenas muy bien definidas desde las cárceles con los “pranes” o jefes de la suma de pabellones, que se ponen de acuerdo en sus cuotas y zonas de control (como una aduana), en las directivas hacia abajo y en la remesa hacia arriba. Los pranes son un organismo intermedio que distrae el poder central, que se ubica en zonas de descanso, administracion regional o placer temporal (Margarita, Baru, Roraima, Olón y Máncora).
Y así como Venezuela es un país fallido y hay varios otros que lo siguen en la secuencia, el Perú podría ser parte de ese grupo si no se ponen primero, duras fronteras de control migratorio. Lo que hay que tener en cuenta no es el gran problema de tener al frente a mandatarios y ministros incapaces, sino carecer de reemplazos por esa misma incapacidad, porque en esta circunstancia, la criminalidad los compra o los avasalla. Es un círculo vicioso inagotable que debe romperse y que costará muchos problemas, pero debe hacerse.
La presidente Dina Boluarte, como siempre, desinteresada por el país y autopercibida como lideresa sin serlo ni parecerlo, no hará nada. El primer ministro, tampoco. Los ministros menos, el congreso jamás.
El país debe volver al control de los ciudadanos y no seguir en manos de los delincuentes de la política y de las calles del vicio, la violencia, la criminalidad y la corrupción, en el país del reino de la impunidad.
Imagen referencial, vía @LaPeruanidad en Youtube