Hablaba esta mañana con decenas de jóvenes en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos sobre el Holocausto y me llevé una emotiva sensación, porque todos sabían y habían leído sobre esa parte de la terrible historia que llevó al exterminio de millones de seres humanos, por decisión e imposición de la ideología de los “nazis”, un grupo de odio que llegó al poder en Alemania, para propiciar guerras en Europa, pero sobre todo, a fin de acabar con el pueblo judío y todos aquellos que amaban la Libertad y la vida.
Como muy bien se resume en el Museo de la Historia del Holocausto:
“El Holocausto conmovió los fundamentos más profundos de la civilización occidental, cuestionando nuestra comprensión de la misma humanidad. Naciones modernas se encontraron enfrentando necesidades en el mejor de los casos y asesinando en el peor. Por primera vez en la historia contemporánea una nación se propuso asesinar a la totalidad de otra, sin hacer excepción alguna. No habría conversión ni asimilación, no piedad de los ancianos ni merced por los niños. Los judíos representaban para los nazis todo lo que consideraban erróneo, como el concepto de la igualdad humana basada en la creencia que todos los seres humanos fueron creados a semejanza de Dios”.
“Asesinar a los judíos significaba liquidar a la civilización moderna para reemplazarla por una visión de mundo racista nazi, antisemita, totalitaria y brutal. Paralelamente a los millones de seres humanos que debían desaparecer de la faz de la Tierra por el mero hecho de tener un antecedente judío, muchos otros indeseables para los nazis deberían ser perseguidos, esclavizados o asesinados”
Es tan doloroso recordar algo tan terrible que nos exige no olvidar, para que no se repita, porque los hombres en el mundo parecen tener aún en sus mentes, no todos en realidad, pero aún surgen algunos, un germen de odio a gran escala, que les hace pensar en la muerte de otros, para reafirmar sus odios y dominio autoritario.
Imaginen a un millón y medio de niños separados de sus familias para ser usados en experimentos inhumanos, para ser maltratados día y noche, sin alimentos, sin tener el abrazo de sus padres. Imaginen ahora a más de cinco millones de hombres y mujeres de toda edad, compartiendo un pan, entre decenas, pero sin perder la dignidad y sin dejar de ser un mismo pueblo luchando por no perder su identidad y porque algún sobreviviente pueda ser el que lleve la narración de lo que les pasó.
Ese duro trance, de años de horror y larguísimas angustias llegó a su fin cuando las tropas norteamericanas, británicas y soviéticas llegaron a los campos de concentración a liberar a los que aún estaban allí, viendo ángeles sin alas, figuras débiles y tristes que lloraban lágrimas de incomprensión y agradecían en silencio su libertad.
Han pasado 80 años, pero no han dejado de pasar los recuerdos, lo que no hay que olvidar, lo que no hay que dejar de enseñar a las nuevas generaciones. Hoy como cada mes, enciendo una vela y escucho en el silencio la voz de los que no están, pero nos miran desde un mejor lugar, cuidándonos con sus oraciones.