El último consistorio dio a la Iglesia nuevos cardenales. Sin embargo, más significativo que la ceremonia celebrada en la suntuosidad de los mármoles de San Pedro con Francisco, fue un encuentro discreto, que tuvo lugar en la sencilla capilla “Mater Ecclesiae” con Benedicto XVI.
Uno al lado del otro, dos hombres de blanco, Benedicto XVI y Francisco. Ante ellos, con la cabeza descubierta, están los purpurados. Todos observan con atención la venerable figura de Ratzinger, a quien los años poco a poco dejan cicatrices, sin que, sin embargo, disminuya la lucidez resplandeciente. Los neo cardenales se acercan al sabio uno por uno, con el birrete rojo en la mano. Se arrodillan respetuosos y se levantan sonriendo.
Las fotografías sugieren que Benedicto, gentilmente, puso el gorro rojo sobre esas cabezas, bajo la mirada de Francisco, mostrando una gran alegría. Actitud esta que nos hace navegar mar adentro en elucubraciones, todas agitadas y errantes como olas encrespadas.
Los consistorios han sido una de las pocas ocasiones en que Benedicto XVI abandona su retiro, rompe su silencio y habla al mundo. Desde la muerte de su hermano, no se le ha visto públicamente. Es bien sabido que para “hablar” no siempre es necesario pronunciar palabras.
¿Por qué se repite esta costumbre desde 2014? ¿Francisco quiere asegurarse en la fuerte figura de Benedicto? ¿Cuál será el secreto de esta singular ‘entente’? ¿Qué habrían conversado los dos “Pedros”?
Solo queda la especulación. Pero es cierto que Benedicto XVI es de esos hombres de los que un suspiro deja sin aliento al mundo entero. Un gesto de este personaje, medio en el misterio, medio en el silencio, atrae mucho más, que muchos discursos banales que pululan aquí y allá …