Cada cierto tiempo me encuentro con libros cuya lectura me envuelve y entusiasma. Este es el caso de “Pensativos: Los placeres ocultos de la vida intelectual” (Encuentro 2022, Kindle edition) de Zena Hitz, profesora universitaria, tutora en el St. John College. Sus reflexiones son aire fresco para ventilar las aulas de clases, las bibliotecas, los Campus universitarios, los jardines, los rinconcitos de media luz. Su propuesta es clara y sencilla. La vida intelectual es patrimonio de todo ser humano y forma parte del florecimiento de la persona. Su mejor expresión se consigue cuando logra despojarse en gran medida de las presiones económicas, del estatus social y de los juegos de poder.
El gozo propio de la vida intelectual tiene más de contemplación que de utilidad. Como dice la autora, un saber porque sí: “por eso llamamos instrumentales a los usos del intelecto motivados por resultados y desenlaces, sin entrar en la intensidad con que se persigan. Por el contrario, la vida oculta del aprendizaje implica deleitarse en sus objetos naturales —personas, números, Dios, naturaleza— porque sí” (p. 45). Esta actitud de amor a la sabiduría “no puede nutrirse mediante la educación masiva, ya sea el aprendizaje en línea o las grandes salas de conferencias. Debe alimentarse de persona a persona o desaparecerá en gran medida de la experiencia humana ordinaria, sobreviviendo solo de manera desfigurada y marginal” (p. 40).
Uno a uno, persona a persona, así es como se ayuda a sacar lo mejor de nuestros alumnos. Una meta que le queda grande a las universidades diseñadas como difusoras de información. Los espacios impersonales, los repositorios, notas técnicas, evaluaciones tienen, desde luego, su función en la docencia; pero difícilmente, ayudan a cultivar el alma de cada persona. . Un afán de saber, de comprender un poco más de las diversas manifestaciones de lo real. Un querer saber continuo, mezcla de reflexión, lectura, experiencia, silencio, escucha, conversación.
“La vida intelectual -dice Hitz- es una forma de recuperar nuestro valor real cuando los juegos de poder y los descuidados juicios de la vida social nos lo niegan. Por eso es fuente de dignidad (…), un lugar de sana distancia para dejar de lado nuestras agendas y considerar las cosas como realmente son” (p. 79). De ahí que “los amantes del aprendizaje, de hecho, buscan la realidad, cada vez más y más realidad. Imbuidos de seriedad, buscan llegar al fondo de la vida, a la felicidad, al gozo de la verdad, o simplemente a la verdad, si no hay gozo en ella” (p. 218). Seriedad, por cierto, entendido, como una actitud de tomarse las cosas en su densidad propia, atentos a vislumbrar los destellos de verdad que alcanzamos a ver en cada criatura o situación. No es la seriedad del ceño fruncido, ni mucho menos de la acidez espiritual.
El libro de Zena Hitz es un llamado a cultivar la sabiduría, aquella que “se origina en las preguntas humanas que surgen en y detrás de la vida ordinaria. La erudición es emocionante por sí misma, pero no significa nada en un mundo donde no hay una reflexión de primer orden, un pensamiento ordinario sobre la naturaleza humana o la estructura y los orígenes del mundo. Los estudios superiores no tienen sentido si la literatura, la filosofía, las matemáticas o la naturaleza no tienen nada que ver en última instancia con el bien humano de la gente común o con los caminos de comprensión que uno podría seguir en la vida diaria” (p. 231).
Aprendizaje, vida interior y sabiduría para caminar gozosamente por la casa, las calles, las oficinas, sin prisas ni empujones. Una propuesta contracorriente que nos vuelve a recordar que el ser humano no sólo vive de rankings, dinero, estatus y poder.