En los países de América latina, se habla de pensiones cuando menos uno lo espera, ya que se trata de un momento estratégico o electoral en el cual los políticos hacen de las suyas, para prometer lo que no pueden cumplir, o para seguir ahogando en el océano de la miseria a los trabajadores. Nunca, jamás, es imposible aseverar que los gobiernos, los parlamentos, los ministerios de economía, trabajo, previsión social, las entidades de los sistemas de pensiones públicos o privados, los organismos supervisores y los poquitísimos grupos de interés (sumen oenegés, asociaciones de usuarios, consumidores o clientes financieros), los medios de comunicación… nunca… jamás hacen o dicen lo que deben de hacer o decir, antes que la soga apriete el cuello de las miserables pensiones de jubilación o de sobrevivencia, que reciben como gran migaja de podredumbre, la mayoría de los que toda su vida creyeron que iban a recibir una digna compensación a lo largo del tiempo.
Y es que nadie informa, nadie educa, nadie comunica, repito “a lo largo del tiempo”, lo que significan las pensiones (porque son varias y no es solamente la de jubilación), lo que es ahorrar para construir un Fondo, lo que es aportar para garantizarse uno mismo, un piso mínimo de ingresos futuros. Nadie lo hace porque los ancianos se mueren; casi de cada diez solamente van a votar tres, apenas cuatro, tal vez. No son un elemento social atractivo, no son movilizables, no representan una fuerza que sea capaz de protestar y tomar calles y cerrar carreteras. No se sostendrían en una huelga de hambre o poniéndose de pie ante un Congreso de políticos para darles un buen golpe de iras reprimidas… eso creen algunos, pero los tiempos están cambiando, porque los minutos de los viejos se agotan, sus saldos están que se acaban “y no se pueden recargar”. Entonces viene el grito que contagia y hace que los más jóvenes se vean vulnerables, no los más viejos por si acaso.
Por eso el título de esta reflexión: ¿Pensiones y desilusiones?
Están matando a los viejos más rápido, pero les dicen que jubilen más lento, más lejos. Hoy te sustentan los grandes economistas de la televisión y los periódicos que se van dejando de leer, pero siguen jugando a la conquista del poder, que la edad de jubilación no debe ser a los 60 ni a los 65, sino a los 70 mínimo y a los 75 mejor (como mínimo también). ¿Y quiénes lo dicen? Los que no te ven como un ser humano, sino como desperdicio después que dejas de aportar y ya nadie te da trabajo, y como no alcanzas los 30 o 35 años de cotizaciones… perdiste el derecho a una pensión completa o a una jubilación que por lo menos, sea el 30% de tu promedio de ingresos mensuales (algo que sería lo mínimo justificable para sobrevivir), mientras otros superviven de tu pobreza y angustia.
Inventan palabras como “tasa de reemplazo”, “lagunas previsionales”, “rentabilidad esperada”, “inclusión financiera” y decenas de tonterías más que no son sino lo que ellos, los operadores de los sistemas de pensiones han debido de decirte y explicarte a lo largo de la vida, porque para eso les has estado pagando veinte, treinta, cuarenta años… sin que te compensen con servicios de calidad y oportunidad, al cliente financiero, a ti.
¿Y qué hacemos ahora? Es muy sencillo: no volver a elegirlos, ser reaccionarios, buscar gente valiosa, nuevos liderazgos, transparencia y honestidad. ¿Pero eso existe ahora en el mundo? Claro que sí, sal de tu rincón acongojado y rebélate.
Las pensiones se construyen con ahorro individual bien administrado, eso es lo que se tienes que buscar, hacer, exigir y proteger.
Ten siempre presente: Los impuestos no producen pensiones, reproducen políticos y más pobreza. El ahorro personal, propiedad privada, es la clave de tu sentido de pertenencia. Que no te lo vuelvan a expropiar.