En un país sin rumbo, el destino se hace un enredo que nos devuelve a lugares que jamás pensamos que habíamos transitado, pero que se encuentran en el registro del olvido. Así, las naciones con memoria frágil se vuelven remolinos del dolor, perímetros de la desesperanza y escenarios del enfrentamiento. ¿No les parece cierto que seguimos en un hoyo inmenso y a la vez, nos mantenemos respirando mientras el agua contaminada sube y sube pero la sentimos fresca y hasta dudamos que nos dañe y al final, nos ahogue?
Bueno pues, así es la historia política del Perú que pocos la recuerdan porque no leen, no la sienten propia –dolorosamente nos pertenece- y piensan que tal vez fue cierto, tal vez fue una pesadilla, pero jamás la realidad.
¿Cuántos años de dictaduras militares hemos tenido desde el 28 de julio de 1821? ¿Superan los períodos trágicos a los de gobiernos producto de una elección en democracia? ¡Por supuesto! Y de eso, ni hablamos, lo tapamos como sea, ya que ni alfombra nos queda en casa, de tanto que le roban al país los gobernantes impuestos por las balas y por el fraude de la izquierda, a los que escapan seguramente –no lo sé ahora- aquellos que aún la historia les tiene en alguna página del olvido.
El Perú es un corazón sangrante, herido a diario por su propio cuerpo, humillado en su escencia por el placer de la traición de los que sienten que un cargo público es una vía de enriquecimiento y poder para oprimir. Entonces pensamos ¿Y nadie hace nada?
Las responsabilidades de hacer algo o también, de no hacer nada, que es una responsabilidad en la complicidad, nos llevan a confiar en algunos personajes que llenos de discursos y palabras vacías, encandilan a los ciudadanos para conducirlos a sus rediles, a sus establos.
Ninguna opción puede sobrevivir así sin hacerse del juego de traiciones, del negocio turbio de acuerdos también sucios, y es en esa etapa final –que aquí nos dura décadas- que las propuestas o loterías son esperanzas que se construyen en el aire y por eso, la exigencia de justicia, oportunidades y paz se convierten en algo que es un sueño que no se hará, que no se impondrá por sobre la corrupción y la impunidad, y asi nace a su vez una sola frase de cólera ciudadana: mano dura.
Pero ¿Estás pidiendo, me dicen, una dictadura? Y mi respuesta es: exigo democracia y una herramienta de la democracia es la represión, la mano dura frente al crimen organizado en partidos políticos o clanes electorales, que son el punto de inicio y fin del caos y el conflicto permanente que vivimos en el país.
Por ejemplo: ¿Acaso no existen límites a la velocidad en la conducción de un vehículo, a fin de evitar accidentes a quien conduce y a los que se encuentran en el camino? ¿Y se impide el derecho a circular con eso? No. ¿Acaso tener DNI es un acto represivo o se trata más bien de un requisito para el control y protección de la identidad ciudadana? Defínelo como mejor salga de tus palabras, pero sin prevención y sin represión (te aviso, te advierto, te sanciono, te condeno), el delito se sigue desbordando.
Necesitamos que la Ley participe, que reprima, que se imponga primero sobre las autoridades, sobre los que ejercen funciones públicas y luego, pero de inmediato, sobre los ciudadanos. El orden es inverso al actual, donde los que gobiernan, aun no aprenden que deben respetar el ordenamiento legal existencial.
Si consideras que la represión no es válida, estás inválido como ciudadano, lo entiendo.