El 20 se septiembre de 2019, Francisco Bobadilla escribió, siempre con acierto y sensatez, lo que no deja de ser hoy en día, verdad:
¡Qué tiempos los que nos ha tocado vivir! El mundo de las comunicaciones, probablemente, sea el que más se presta para percatarnos de la dinámica del cambio: nuevos aplicativos, velocidad de vértigo en el ciberespacio, dispositivos celulares con nuevas funciones… La política global y la peruana no son una excepción.
La política ya no es lo que fue hace cinco, diez o veinte años. El entorno social es otro y, del mismo modo que los nativos digitales (jóvenes de 20 años) tienen unas competencias diferentes a los de mi generación, por eso muchos de nuestros políticos no han dado el salto cualitativo para hacerse con las nuevas competencias que el cambiante entorno social requiere. En este campo, la teoría de juegos nos puede ayudar a comprender lo que resulta exacto calificar como la incompetencia política manifiesta del actual Poder Ejecutivo, con el presidente a la cabeza.
El modelo de juego de suma negativa viene como anillo al dedo para graficar el problema: todos pierden.
Se puede ilustrar de modo sencillo, por ejemplo: imaginemos un sábado por la tarde de clima primaveral benigno. Mamá saca a pasear a sus dos hijos pequeños. Pedrito se antoja un helado y Marita, un chocolate. De pronto, Marita le pide a su hermano que le invite de su helado. Pedrito se niega una y otra vez. Interviene mamá y le dice con cierta energía que le invite a su hermanita. Pedrito en un berrinche comprensible, arroja el helado al suelo: ni para ti ni para mí, todos pierden. La lección es muy interesante. Cuando tengo que negociar con otro que tiene la sartén por el mango y sé que, además, es propenso a los berrinches y se negará una y otra vez a lo que le pido, mal haría en entrar a la confrontación con él. El resultado está cantado, cada partido de ajedrez terminará pateando el tablero. Lo que debo hacer es, como en el box, no entrar al cuerpo a cuerpo, sino bailar, de lo contrario el knockout es inevitable.
El actual Ejecutivo –con Kuczynski, primero; con Vizcarra, ahora- nació débil de las urnas. La sartén la tenía Fuerza Popular. Había que negociar, tener mucha correa y dar largos rodeos. Kuczynski no lo supo hacer porque era, entonces, un gobierno de entrada. Vizcarra tampoco lo supo hacer: a la fuerza respondió con altivez. Se quedó empantanado en el cascarón político y se mostró incapaz de construir. Su refugio ha sido la abstracción llamada pueblo, de la que se ha hecho su representante de facto. Ahora, asimismo, se ha convertido en un gobierno de salida. El resultado es penoso, porque en medio de la corrupción de unos y otros -de la que no queda títere con cabeza- tenemos uno de los gobiernos más incompetentes de las últimas décadas con entrada y salida, pero sin un periodo de intermedio de construcción efectiva.
Tenemos al frente del Ejecutivo, no a un gobernante, ni a un técnico, sino a un demagogo. El elenco que lo acompaña tampoco ha sido capaz de dar el do de pecho. Quiere limpiar su paso por palacio de gobierno, con las elecciones adelantadas: un nuevo berrinche, cuando lo hidalgo es reconocer la propia incompetencia y renunciar.
Nota de redacción: Este artículo escrito hace exactamente un año por Francisco Bobadilla, catedrático universitario, tienen toda la secuencia de lo ocurrido y salvo el adelanto de elecciones, que no se dio por retroceso del propio Vizcarra, la síntesis es la misma: No tenemos un gobernante, sino a un demagogo.