La telenovela diaria de la política peruana se mueve en un mar poco profundo, donde las piedras están llenas de agentes contaminantes, donde el agua dejó de ser salobre, donde las algas apenas parecen subsistir rodeadas de deshechos y restos de algunos mariscos arrojados desde algun lugar sucio, como donde había arena y ahora hay estacionamientos para visitantes nocturnos que dejan más de lo que no les sirve, acumulando el hedor todo el día, junto a un aroma “de micción cargada”. Ese drama del medio “ambiente” donde se acuestan las playas -el litoral- está en relación directa con la política, tan sucia, tan basura, tan llena de contaminadores y de escombros sobre escombros, una asquerosidad absoluta.
En ese ámbito que vemos y del cual no queremos ser parte, se decide sobre nuestras vidas, empresas y empredimientos, familias, propiedad, cultura, educación, deporte, creencias, intereses y hasta sobre el sexo y lo que es cada uno. Te alientan, los políticos, a un nuevo derecho fundamental para ellos: que seamos estúpidos, que reclamemos ser imbéciles, que nos distraigamos en una intención imparable por condenarnos nosotros mismos a morir estando vivos.
Lo que crees o creíste que era imposible y absurdo, es la nueva ley, fabricada en minutos por el Congreso y alineada en interés por el Gobierno, dos males permanentes, dos plagas “insalibes” (que no puedes salir de ellas).
Nada ni nadie garantizan una palabra honesta e íntegra por lo menos, para los que quieren hacer algo positivo por la Patria. No hay líderes, sino manipuladores de conciencias y por eso, desde el Congreso o desde la otra cueva de la criminalidad política, el gobierno, se hacen acuerdos contra la ciudadanía, contra el más mínimo atisbo de democracia y hasta es posible que en algunos medios, le encuentren nuevos conceptos a la “democracia” y la hagan ver como una suma de voluntades bajo los designios de la ley, tergiversando la escencia de la Democracia: “el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”.
¿Adónde nos siguen llevando? A que en la política no existan debates, ni acuerdos; a que se tenga una imagen de “enemistados por todo”, que deciden por todos.
¿Cuál es resultado? Que nos contagian ese odio hecho ira, para terminar ambicionando el desastre, como si fuera una solución, y no lo es.
¿Y entonces, cuál es la solución? No creerle a ningún político de los de ahora, esos que infectan el Congreso, así existan dos o tres excepciones -pero débiles en imponerse, porque carecen de una colectividad política que les de sustento y fuerza-; hay que darles duro a los congresistas y a sus cómplices, a los ministros del retroceso y a los ministros del estancamiento.
La esperanza no es un sueño que se pierde al despertar, tiene que ser una acción ahora que estamos todavía en camino a levantarnos nuevamente, para evitar que los extremistas de las izquierdas destruyan la frágil democracia, y para evitar que se reciclen los fascineros de estos tiempos.