Todo lo malo sucede, todo lo dañino se hace costumbre y los ciudadanos se callan, asienten, optan por la indiferencia, aceptan a regañadientes o con aires permanentes de minimizar, muy pocos protestan en sus fueros internos, poquísimos hacen de esa incomodidad una frase de indignación. ¿Porqué nos pasa esto? ¿Es que somos aceptantes de lo malo, de lo perverso y de lo de siempre, o nos podemos levantar, hablar, gritar y hacer algo más que ver, oir y callar?
La ciudadanía, el ejercicio de la ciudadanía es en el Perú del siglo de la oscuridad, una mala costumbre que se ha convertido en la sangre que corre por nuestras venas, apagándonos. Es así, nos sucede que estamos siendo complacientes permanentes mientras “no nos toquen a la familia”, pero por un “ahora” que se hace largo y repititivo, arremeten contra nuestra dignidad, contra nuestros ahorros, contra la propiedad privada y nuestro sentido de pertenencia y no hacemos nada para no complicarnos la vida o lo que nos queda de ella. ¡Qué verguenza decirlo, qué verguenza tener que admitirlo!
No somos peruanos enfrentando como antes, al terrorismo, a la crisis económica, al maldito y sinuoso devenir de los gobiernos (sin necesidad de señalar a uno o a varios, mencionando a todos para que nadie se sienta dejado de lado). ¿Qué clase de personas aceptan sin mirar, los grilletes que les ponen por su complacencia? ¿Estamos, estuvimos y estaremos auto condenados a la servidumbre que nos imponen los incapaces, los ignorantes, los ladrones y los que gobiernan mal?
Es imposible creer que esperemos un “salvador a la peruana”, que sea como un Bukele, un Bolsonaro o los que suenan fuerte como Milei, Santiago Abascal, José Antonio Kast y algunos otros. Estamos en plan imitación de fuera y dejamos de ser “autóctonos y salvajes” para convertirnos en esperanza, acción y decisión que nadie encarna, porque volteamos la mirada, porque somos indiferentes con nosotros mismos. Triste verdad y a la vez, necesario reflejo de la realidad para ponernos en plan de reinvención o claudicación eterna. Reinvención para renovar estructuras políticas, para permitir el surgimiento de nuevos dirigentes y mejores candidatos. Claudicación eterna, si caemos en la huidiza forma de decir que no tenemos tiempo para luchar por una mejor democracia, por una mayor Libertad.
No se trata “de que lo hagan otros”, sino que nosotros seamos protagonistas y actores del cambio radical que nos devuelva por los caminos de la sensatez y la tenacidad, sino seguiremos arrodillados a las izquierdas del odio y del resentimiento, a esos que deshacen valores, que destruyen principios, que aniquilan virtudes y convierten la violencia en el arte de la imposición, la violencia en el canto de la división y más violencia en el grito de batalla de los malhechores.
Hablar de empresa es un pecado ahora, hablar de familia es una blasfema, hablar de patriotismo se ha convertido en un delito, en cambio, el crimen político grita por legitimidad, la corrupción es la antesala de un cargo público y la impunidad es “la nueva orden del sol oscuro” que premia a los incapaces, a los ignorantes, a los sinverguenzas.
Decir todo esto, cuesta amistades y aprecios, pero hay que hacerlo, porque nuestros amigos necesitan una jalón de orejas y un buen puntapié de reflexión. Estamos a un peldaño del cadalso y parece que pedimos que nos permitan ahorcarnos a nosotros mismos.
No podemos ser postulantes al suicidio profesional, no podemos estar cada corto tiempo diciendo lo mismo y permitiendo lo mismo. El Perú no merece nuestro silencio, nuestras familias no merecen esta herencia maldita que nos deja la política que permitimos gobernar ahora y antes, y tal vez mañana y siempre.
Hay que acabar con esta costumbre de estar al medio, al medio de la política sucia y de los que quieren destruir la política correcta, donde se encuentran los ciudadanos, entre apáticos y desconfiados, entre esperanzados -pocos- y optimistas, muy pocos.
Sólo se necesitan dos para la pelea, pero no entre iguales, sino contra los que nos quieren seguir diviendo. Ahora es hora de dar la pelea.