Los países se construyen, o mejor dicho, se construían a lo largo del tiempo -en la historia-, en base a luchas políticas y sociales que reivindicaban sus tradiciones y valores como patria, para consolidarlos en una respuesta de independencia y Libertad, de fomento a la participación en el gobierno democrático y en ascenso a una justicia que sea igual para todos. Pero con el paso de los gobiernos, la fortaleza de la lucha cambiaba de guiones y los que comenzaron a decidir eran “nuevos patrones” que usaron las viejas costumbres de sus antecesores “colonialistas” o invasores extractivos de la economía, para imponer la casta política que organizó una nueva nación al servicio de los de siempre, pero con otros nombres. Eso fue lo que ocurrió (dilo en otras palabras, pero eso es lo que pasó).
Con el advenimiento del siglo XX los cambios se hicieron progresivamente importantes: elecciones de mayor participación, inclusión de ciudadanos que antes no podían votar ni ser elegidos, participación femenina y de miembros de las fuerzas armadas como ciudadanos en el ejercicio de su ciudadanía y también “golpes de Estado y revoluciones modernas”. En los golpes de Estado, los militares miedosos de la ciudadanía y de ser parte de la misma, se imponían supuestamente en reivindicación de la Ley y el Orden que estaban negando. En las revoluciones modernas, no era la guillotina parte de los hechos, pero se iniciaban acciones mediante la creación de ejércitos “del pueblo”, con subvenciones extranjeras (otra vez, los intereses extractivos de la economía buscaban penetrar en tierras interesantes para su “caja”).
Y luego de esos tiempos tan histriónicos, de militares casi sufrientes hablando de dar la vida por el pueblo o diciendo “pueblo y fuerza ramada, juntos venceremos”, de guerrilleros como dictadorzuelos ordenando fusilar a campesinos, curas, homosexuales y mujeres (traslado de roles, los mismos criminales), vino una fresca brisa de democracias frágiles que pecaron de buenas gentes, permitiendo que los herederos de las revueltas dictatoriales y los herederos de la guerrilla y la subversión, se infiltren como académicos y como intelectuales en el Estado, generando el peor drama de los gobiernos en el siglo XXI: las politicas públicas que sólo son, políticas impúdicas (deshonestas, inmorales).
¿Pero quienes eran o son esos “sabios” de la nueva hornada de la deshonestidad intelectual que asesora o dirige gobiernos, en especial de las izquierdas del odio? Los caviares, los traidores de la Democracia, los verdugos de la Libertad.
Ellos -los caviares-, son los creadores, impulsores y responsables de las decenas de reformas negativas que han hecho retroceder al país y que hoy, esos caviares, quieren usar nuevamente, porque pretenden volver a dar las mismas reformas que los sigan alimentando en su ociosidad y perversión burocrática.
Gracias a Dios, la ciudadanía está respondiendo en las redes sociales y en las calles, en las universidades y en los centros de trabajo: nadie le cree más a los caviares, nadie les hace caso, no movilizan nada, no son nada y no representan a nadie.
Recuerden: hay que poner una y mil lápidas en la tumba de los caviares, porque sino, como los gusanos vuelven a salir y merodear, a limosnear y mentir, a robar y envenenar. Los caviares, son la izquierda bipolar, izquierda del odio, que se niegan a sí mismos y luego se juntan en el fango común del daño que alientan, en la misma coalición o cloacación caviar.