El Perú es una telenovela de contrasentidos que nadie pensó escribir, pero que muchos quieren interpretar, aún a título de gratuidad y en cualquier rol actoral. Lo importante, para esos histriónicos candidatos a las escenas de diferentes naturalezas, es “ser parte de”, estar “en”, sentirse como si fueran ellos y ellas, ser las estrellas cuyos nombres algún día estarán colocados sobre el paseo de la fama, pero no en Los Ángeles, sino en el infierno.
Ni una sola nación en el mundo es tan diversa y enfrentada, ni una sola cultura es la suma de las inculturas y de los odios, de las agresiones y los resentimientos. Es como si teniendo un minuto de paz, requirieras una hora de guerra, para así generar un balance que te haga rechazar tu esencia y tu destino. Por eso, a un peruano le escuchas negarse a si mismo y sentirse bien, cosa de locos, sangre de contrarios.
Si lees que alguien hizo algo bueno, piensas de inmediato “que lo hizo por interés, no por buena gente”. No cabe la posibilidad de la bondad, de la solidaridad, del servicio al más necesitado. Eso es imposible de afirmarlo. Sin embargo, hay muchas gentes buenas haciendo cosas buenas, de las que nadie habla nada bueno porque seguramente las desmentirán con ataques miserables para desprestigiarlas, porque es inadmisible que otros hagan lo que uno pudo hacer, pero nunca quiere hacerlo.
Estoy en la página 400 del borrador final de mi último libro: “El Perú ¿Qué nos sucede que siempre retrocedemos? Reflexiones de un país en el abismo” y me pongo a pensar ¿Dónde está el detonante de cada crisis, dónde estamos los que podemos revertir el mal camino, las malas decisiones, los malos pensamientos, dónde están los que dicen querer ser nuestros ejemplos y no son nada más que soberbia, vanidad, suciedad, inmoralidad, política partidaria, catástrofe y vergüenza?
Es muy difícil entender al peruano y no enfadarse, es muy complicado explicar como alguien prefiere un plato de ceviche antes que izar la Bandera un domingo a la misma hora del almuerzo, es increíble ser testigo que millones dan todo lo que tienen por un minuto de fútbol y rechazan un minuto de lucha por la Libertad y la Democracia. Le dicen valores invertidos, pero es un país absolutamente peleado con su historia y ausente de legado. Un país que no tiene herederos en la cultura y el pensamiento, sino en el delito y la corrupción. ¿Es eso posible?
Hay algunas páginas más duras, tan duras como el silencio frente a la opresión y sin embargo, con esperanzas, porque las esperanzas nacen del ultimo aliento en el Perú –otra gran contradicción- y levantan mayores ilusiones.
Para ser peruano debes estar dispuesto a casi morir, casi vivir, casi respirar, casi trabajar. Eres un “casi” que se puede convertir en alguien si ubica su lugar, su rol, su valor, su respeto y su dignidad. Somos un “casi país” que si diera el paso a ser “un país de verdad” sería imparable, invencible y dueño de su propio destino.
¿Vamos a lograrlo?