Más de 55 millones de personas en el mundo viven con demencia, y las proyecciones de futuro son alarmantes. Para 2050, esta cifra podría llegar a 139 millones, convirtiéndose en uno de los mayores retos de salud pública del siglo. El alzhéimer –que suma entre el 60 y 70 % de los casos– es su forma más común.
Hoy sabemos que mantener hábitos saludables puede marcar la diferencia. Por ejemplo, dos factores que aumentan las probabilidades de padecer demencia son la depresión, que experimentan hasta un tercio de las personas mayores de 60 años, y la ansiedad. Estudios recientes demuestran que seguir una dieta equilibrada, el ejercicio regular y el buen descanso están vinculados con una menor incidencia de depresión y mejores resultados en la salud cerebral.
La prevención desde etapas tempranas es, pues, básica para mitigar el impacto de esta epidemia global.
Alzhéimer: más que una enfermedad, un proceso
El alzhéimer no comienza con las primeras manifestaciones de pérdida de memoria. Es un proceso neurodegenerativo que puede desarrollarse durante décadas antes de que se manifiesten los signos evidentes. En la fase preclínica, el cerebro ya acumula placas de beta-amiloide y proteínas tau, dos marcadores clave de la enfermedad, aunque sin deterioro cognitivo visible.
Lo sorprendente es que estas placas pueden empezar a formarse hasta 20 años antes de los primeros síntomas. Además, investigaciones recientes indican que entre el 10 % y el 33 % de las personas mayores de 70 y 85 años, respectivamente, presentan biomarcadores de beta-amiloide sin desarrollar demencia. Esto sugiere que aunque dichos marcadores aumentan el riesgo, no todas las personas con ellos desarrollarán la patología.
Esta realidad enfatiza la necesidad de intervenciones preventivas que actúen antes de que los síntomas sean evidentes, lo cual podría retrasar significativamente o anular el avance de la enfermedad.
Un cambio de rumbo para la salud pública
¿Sabía que casi la mitad de los casos de demencia podrían prevenirse o retrasarse? Según un influyente informe publicado en The Lancet por 27 expertos internacionales, abordar los siguientes 14 factores a lo largo de la vida, comenzando en la infancia, tiene el potencial de reducir significativamente el riesgo:
- Bajo nivel educativo.
- Pérdida de audición.
- Hipertensión.
- Tabaquismo.
- Obesidad.
- Depresión.
- Inactividad física.
- Diabetes.
- Consumo excesivo de alcohol.
- Lesión cerebral traumática o contusiones cerebrales repetitivas.
- Contaminación del aire.
- Aislamiento social.
- Pérdida de visión no tratada.
- Colesterol LDL (el llamado “colesterol malo”) alto.
Aunque algunas variables, como los accidentes que producen lesiones cerebrales, son difíciles de prevenir, otras sí pueden ser gestionadas. Por ejemplo, es posible limitar los golpes en deportes de contacto como el boxeo o el fútbol desde edades tempranas, usar audífonos cuando es necesario o tratar la hipertensión.
Cambios en el estilo de vida
Ciertos cambios en los hábitos de vida diarios también pueden tener un impacto significativo. Cada porción diaria adicional de carne roja procesada se ha asociado con 1,6 años adicionales de envejecimiento cognitivo global, incluidos el lenguaje y la función ejecutiva. Así, reducir el consumo de carne roja procesada disminuye las probabilidades de desarrollar demencia en un 14 %, mientras que reemplazarla con alimentos saludables como nueces o legumbres reduce ese riesgo en un 20 %.
En general, mantener un peso saludable y realizar actividad física de forma regular son estrategias esenciales, ya que la obesidad está vinculada a procesos metabólicos que favorecen la acumulación de beta-amiloide en el cerebro. A esto hay que sumar medidas efectivas como abordar la depresión.
Incluso el microbioma intestinal desempeña un papel crucial en la prevención de la demencia. Los microbios que habitan en el intestino están conectados con la salud cerebral y, cuando se alteran, pueden estar asociados con enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer.
Un esfuerzo colectivo
La prevención de la demencia no es solo una responsabilidad individual: requiere un esfuerzo colectivo y la implementación de políticas públicas.
Reducir la contaminación del aire, por ejemplo, no solo mejora la salud cardiovascular, sino que también disminuye el riesgo de enfermedades neurodegenerativas. La exposición prolongada a contaminantes puede causar inflamación y estrés oxidativo en el cerebro, aumentando la vulnerabilidad al álzheimer.
Aunque la ciencia está proporcionando herramientas para prevenir y tratar la demencia, el verdadero desafío es transformar este conocimiento en acción. Actuar temprano, tanto a nivel individual como colectivo, resulta clave para frenar el impacto de esta devastadora enfermedad. La prevención comienza con decisiones simples, pero su éxito depende de un esfuerzo global coordinado.
Nota de Redacción: El presente artículo fue publicado originalmente en ww.theconversation.com bajo la autoría de Sonia Villapol, Assistant Professor, Houston Methodist Research Institute.
Sonia Villapol (Bretoña, Lugo) se licenció en Biología Molecular y Biotecnología por la Universidad de Santiago de Compostela en 2003. Cuatro años más tarde obtuvo el máster y el doctorado en Neurociencias por la Universidad Autónoma de Barcelona. De 2007 a 2010 trabajó como investigadora postdoctoral la Universidad Pierre y Marie Curie VI (CNRS) y en Hospital Robert Debré (INSERM) en París, Francia. En 2010 se trasladó a los EE. UU. para continuar su formación postdoctoral en los Institutos Nacionales de Salud (NIH) y el Centro de Neurociencia y Medicina Regenerativa de la Uniformed Services University (USUHS) en Bethesda, Maryland. En 2014, se unió como profesora al Departamento de Neurociencias de la Universidad de Georgetown en Washington, DC. En julio de 2018, trasladó su laboratorio al Texas Medical Center en Houston, donde es investigadora principal y profesora en el Center for Neuroregeneration en el Methodist Hospital Research Institute, además de tener como segunda afiliación en la Facultad de Medicina en Weill Cornell en Nueva York.
La Dra. Villapol ha recibido financiación del NIH como investigadora principal, donde participa en paneles de revisión de propuestas de financiación. Se desempeña como editora asociada de la revista Cellular and Molecular Neurobiology (Springer) y también es revisora en múltiples revistas científicas. Ha publicado más de 60 artículos en revistas y capítulos de libros. Sus intereses de investigación se han centrado principalmente en dilucidar los mecanismos de neurodegeneración, neuroinflamación o neurogénesis a través de varios modelos animales de lesión cerebral, trauma o accidente cerebrovascular y enfermedades neurodegenerativas como el Alzhéimer.
El foco de su laboratorio es buscar nuevos tratamientos neurorestorativos para el daño cerebral y abrir la puerta a terapias alternativas que recuperen el cerebro dañado y reduzcan la respuesta inflamatoria y su afectación en el resto de órganos. Su laboratorio también tiene líneas de investigación relacionadas con los efectos de la microbiota intestinal en el cerebro, y más recientemente estudios sobre cómo la flora bacteriana puede afectar la inflamación o los efectos neurológicos en la COVID-19. Es parte de la Sociedad Americana de Neurociencias, Neurotrauma y del Equipo de Investigación Internacional de COVID-19 (COV-irt.org).