El 15 de noviembre de 2019 Chile inició un proceso único en su historia: Un proceso constituyente a través de dos plebiscitos y una Convención Constitucional electa democráticamente.
Más allá de las opiniones que tengamos sobre el proceso (yo soy bastante crítico y creo que los problemas de Chile no tienen relación con lo que diga la Constitución, que dicho sea de paso es más bien ignorado en alguno de sus propios detractores), es innegable que este será un proceso único e histórico.
Soy crítico a su origen, en primer lugar porque nace como respuesta a la violencia más radical que se haya visto en Chile desde el año 1990, con lo cual finalmente se enseña la lección de que ante la violencia se pueden alcanzar los fines políticos, tan propio del Partido Comunista pero contrario a los sectores políticos democráticos, que resuelven a través de elecciones, de los Poderes del Estado o del debate político las discrepancias, pero siempre excluyendo la violencia.
Soy crítico también porque fue un sector político con una agenda conocida el que entonces presionó al Gobierno para interpretar que las demandas sociales obedecían a una nueva Constitución, no obstante, posteriormente al 15 de noviembre (fecha del acuerdo constitucional), la violencia se mantuvo e incluso empeoró.
Finalmente, soy crítico al origen de este proceso, porque de los nueve candidatos presidenciales en 2017, solo 2 no proponían una nueva Constitución, y uno de ellos ganó con el 55% de los votos.
El camino no ha sido más fácil ni menos cuestionable. Como si políticamente el momento ya no fuese complejo, una pandemia con una crisis económica no esperada, con un Gobierno aún sin postura clara respecto de lo que piensa y espera de este proceso, y su coalición aún recuperándose de la derrota electoral a manos de nuevos actores políticos, hacen de este proceso, el más complejo sin duda que ha vivido Chile desde el año 1990.
A pesar de todo lo anterior, y de los vicios que en su origen tiene este proceso constituyente, estoy convencido de que no obstante lo complejo, está en manos de la Derecha y la Izquierda democrática el éxito de este proceso, y fundamentalmente, de la madurez política de esta última.
Claro está que las señales que hemos visto en las últimas semanas por parte de la izquierda democrática no ayudan: Proponer o apoyar indultos a “presos políticos”, continuar negándole todo al Gobierno en el Congreso o hacer esfuerzos de alianza con el Partido Comunista. No sería malo recordarle a la izquierda democrática lo que se está jugando en este momento, sus errores en el pasado y las posibles consecuencias de equivocarse nuevamente. Desconocer lo anterior, sería simplemente no ser consciente de todo lo que hay en juego.
En cuanto a la Derecha, creo que la derrota sufrida debe dar lecciones, y una muy evidente, es que debe defender sus propias ideas y no intentar adueñarse de las que defiende la izquierda. Debe volver a defender un estado que ayude a las personas y no que las sofoque, que potencie a las pymes y la iniciativa privada, pero que sobre todo, no se avergüence de defender los últimos 30 años de desarrollo en Chile, que se deben gracias a las ideas que propone y defiende.