La ausencia de institucionalidad es parte del drama que vivimos porque el concepto mismo de institución ya no existe, es una falacia, es algo que nadie conoce ni reconoce como vital para que una nación sea eso, nación. Lo reitero si es necesario: las sociedades democráticas no son un ambiente de progreso, entendimiento, concierto de voluntades y desarrollo si se exigen “requisitos formales” para que la acumulación de voluntades “informal” produzca partidos políticos como expresión ciudadana para el logro de un instrumento de poder.
Ser activistas, militantes, inscritos ¿Qué les pasa, si la Libertad es justamente lo contrario a la regularización del absurdo fichaje? Seamos civilizados y no reglamentamerizados burócratas de las exigencias insostenibles.
Los resentidos, los enemigos de la Libertad y la Democracia son los mismos delincuentes, incapaces e imbéciles que luego piden cambio, siendo -repito- los mismos de siempre, nada y por eso, durante décadas han impuesto regulaciones, leyes, reglamentos y normas de todo tipo, para ahogar la Libertad y desnaturalizar la incipiente y débil democracia que subsiste a pesar de todo, por algún recodo e instancia.
La culpa, que viene desde las izquierdas, es nuestra por permitirlo, por callar, por minimizar a estos criminales de la vida misma que asesinan a futuro, que matan esperanzados en nuestras agonías.
¿Qué nos ha pasado tanto tiempo? Que el silencio fue una moda y ritual y que la indiferencia fue una práctica que jamás debió existir y menos imponerse, pero callamos ante ello, porque es más cómodo y práctico callar, que ponerse a pelear.
Las izquierdas, los de izquierda, ganaron terreno… pero ¿En base a qué?
Yo les preguntaría a esos seres de la inestabilidad y el resentimiento: Dime, ¿Qué eres cuando te dices ser de izquierda? ¿Qué odios representas? ¿Qué debes a otros que te deben a ti, mucho más?
La realidad es que durante décadas inundaron y “excrementaron” sobre la educación y allí nació y persistió el problema de la dualidad “quiero destruir para seguir viviendo en la misma miseria pero con rostro solidario de aceptación del fracaso”. ¿Es posible tan aberrante “lógica”? Es el Perú, el escenario del teatro del absurdo.
Podemos cambiar este guion, pero con decisión, represión y honor. Es posible, debemos hacerlo.