La historia nos ha recordado innumerables veces, que en el corazón humano existe un apetito desagradable que hace que muchos prefieran la igualdad de la esclavitud, a la desigualdad de la Libertad. Es casi un deseo masoquista de entregar la libertad por renunciar a la responsabilidad que esa libertad conlleva. Pero que este recuerdo se haya vuelto una especie de costumbre, obligación o parte del sentido de existencia de los pueblos de América Latina es una locura que no encuentra explicación, porque la sumisión, la aceptación de la imposición y la pérdida de las libertades no es digna de la condición propia de ciudadanos de países que han logrado su independencia.
Pareciera como si las nuevas generaciones, las que han heredado el fruto de la lucha por la libertad y los principios republicanos que la garantizan, no entiendan lo que esa libertad significa.
En América Latina sucede que todo lo absurdo es elogiable hoy en día. Por ejemplo, Cuba es un referente de educación y no demuestra ni un solo logro más allá de decir que no hay analfabetos (gentes que no sepan leer y escribir), cuando hoy en día en Cuba, más del 70% de la población es analfabeta digital, es decir, de cada diez cubanos mayores de edad, siete no saben usar una simple computadora o un equipo de telefonía que tenga internet. En consecuencia, están ausentes de la digitalización y de la inclusión financiera, de la inclusión educativa y cultural, que además de escasa, es restringida y controlada por el gobierno.
Dicen también –los adoradores de las izquierdas-, que en Cuba el tema de la salud se ha resuelto tan exitosamente, que hasta exportan servicios médicos a todo el mundo. Eso no es verdad, a tal extremo que mientras en Cuba se adolece de medicinas, camas y servicios de nutrición y soporte complementario para trasplantes, enfermedades crónicas sobre todo en ancianos y hasta para enfermedades como la tuberculosis y el VIH incrementado exponencialmente por la industria de la prostitución oficial desde el Estado, Cuba envía de cada diez supuestos médicos exportables, a seis agentes de inteligencia para operaciones políticas de los gobiernos contratantes.
Cada médico “real” factura cuatro mil dólares al mes, pero ese médico recibe únicamente doscientos dólares mensuales a su retorno a la isla del terror, mientras la cúpula del gobierno se mete al bolsillo el resto, invirtiendo en lujosas mansiones en Europa (les gusta mucho España, Francia e Italia a los jerarcas castristas). Y es más, todos los indicadores de salud demuestran que la presencia de tropas “médicas” cubanas no han resuelto en nada el tema principal de su alquiler como servicio especializado en salud, al contrario. Ese dinero mal habido -de la exclusiva empresa privada del gobierno comunista cubano-, contribuye a alimentar a la familia Castro, viviendo como multimillonarios en Europa a costa de la sangre, la vida y el futuro del pueblo cubano.
Pero no es sólo Cuba el mal ejemplo. Veneran a Nicaragua y a Venezuela comunistas, siendo estas dos naciones las mayores fuentes de “ciudadanos que se van”, huyendo del hambre, la miseria y la represión. Sólo en Venezuela, más de seis millones de personas –mayoritariamente jóvenes menores de 25 años- han abandonado su país, han dejado a sus familiares mientras buscan sobrevivir y se adaptan en otras naciones, juntando dinero para financiar el traslado de los que han quedado aún con vida, en una Venezuela donde carecen de trabajo, educación en libertad, sanidad, alimentación completa, seguridad y vivienda decente.
En Nicaragua, la emigración y la violencia interna han desbordado toda cifra. De cada 10 migrantes, 6 son menores de 25 años de edad. Pero vayamos más al sur. En Argentina, la emigración por hambre, por falta de empleo adecuado, por ausencia de esperanzas y por discriminación, obliga a que de cada diez argentinos que se van, ocho sean menores de 25 años. En Perú, esa tendencia ha comenzado a crecer, haciendo que, de cada diez peruanos migrantes, 6 sean menores de 25 años. Todo esto, ¿Qué quiere decir? Que América latina desangra juventud, destierra sus raíces, extermina Ilusiones y sabotea su propio futuro.
Pero Ricardo, Betty, ¿no se puede detener todo esto? ¿No se puede levantar la voz, advertir, protestar, señalar este desmembramiento de naciones extraordinarias que verán en el curso del tiempo perder hasta sus propias identidades? Es difícil encontrar respuestas, cuando hay tantos culpables y demasiadas murallas que traspasar, para recién construir la voz de la Libertad y la lucha por una mejor Democracia defendiendo los principios republicanos en que se fundamenta. Es difícil convertir el silencio de millones en la palabra de respuesta de esos mismos millones, porque ya nadie cree en el prójimo, ya nadie cree en la política, la corrupción es parte de nuestro ADN y sabiéndolo, callamos más, nos resignamos más. Y para colmo, si alguien ajeno al pantano político decide ingresar en política para hacer la diferencia, es castigado, vilipendiado y denigrado. Por eso la sangre nueva en política es escasa en todo el hemisferio.
No tenemos líderes, ni siquiera caudillos. Nadie habla con la palabra de todos y la mirada de muchos. Nos excluimos de participar, nos incluimos en el silencio, aceptamos el avasallamiento de los cimientos republicanos de la democracia y la imposición de regímenes de izquierda que son pura demagogia, empobrecimiento, retraso y represión.
Y lo peor: Elegimos corruptos, los condecoramos con la impunidad ¿No ocurre eso Acaso? Sí, ocurre, por apatía e indiferencia.
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