Reventar, gritar, indignarse… pero eso ya no cuenta, eso no existe en la agenda del día a día porque las izquierdas del odio (caviares militantes, extremistas desenfundados, activistas oenegeros, eternos burócratas, políticos no elegidos otra vez, periodistas que extorsionan, ex ministros y viceministros de los últimos gobiernos de la mediocridad y los dirigentes sindicales de la criminalidad y de agrupaciones mercantilistas) se dedican diariamente a no tener compasión social, sino a encender la destrucción de la sociedad, a promover la pelea entre unos y otros, a incentivar como sea la violencia, desde el hecho más pequeño, hasta lo que ellos ansían: la fatalidad de la revolución del hambre y la miseria, expropiando las libertades y aniquilando todo concepto de democracia (Cuba, Nicaragua, Venezuela, por ejemplo).
Pero ¿Es tan fuerte esa suma de izquierdas para que todo se encuentre estancado, para que la delincuencia avance inconteniblemente, para que la minería ilegal y el contrabando, la corrupción y la impunidad sean casi invencibles? Es que no es una suma lo que produce eso, sino una división, muchas divisiones.
La estrategia de las izquierdas del odio es dar su propia imagen de lucha interna y hacia sus similares como una práctica revolucionaria. No hay partido, colectivo, sindicato, agrupación o como quiera que se llame -en las izquierdas del odio-, que dure en el tiempo, que sea sostenible en ideas y principios, que tenga dirigentes y líderes (con liderazgo, aunque suene repetido). Las izquierdas del odio están en coma autoprovocado, se hieren a sí mismas para construir atención, se pelean a diario, se dividen más y más porque esa es su forma de subsistencia interna: polarizar, dispersar y luego, reagrupar para formar masas. Parece una suma de actos exagerados, pero esa exageración es su esencia y habilidad de camino político “a su estilo”.
Contagiar la idea de división, contagiar un virus de peleas inacabables, esparcir la no posibilidad, esa es la semilla de la maldad que siembran las izquierdas del odio y vaya que lo logran si tienen todo en sus manos para dañarnos.
Y de aquí vamos a lo que mencionamos en el título: ¿Qué quieren los peruanos cuando todo va mal? La respuesta es muy sencilla: Que no nos fastidien, que nos dejen seguir en lo mismo mientras tanto, con tal de no retroceder. Ese es el miedo, esa es la muralla: “no retroceder”. Y el retroceso, es la marca Perú de las izquierdas del odio.
Vamos mal, muy mal, cada vez peor. Pero “eso es como siempre”, no hay nada raro y nada extraño. Somos un país de superar, individualmente, cada mal. Y eso, el que cada uno lo haga, el que cada familia lo sufra, no les impide a las izquierdas del odio, no tener compasión social para seguir activando la pobreza y la miseria, la ignorancia y el desgano de las masas, que solamente quieren activarlas cuando ven, las izquierdas del odio, la luz de su posibilidad insurreccional.
Sin planteamientos, sin argumentos, nunca tendremos una transición a mayor Libertad y mejor Democracia. Libertad y Democracia es lo que no conocemos en su integridad, en su totalidad, los peruanos, porque hemos permitido que nos vendan algo que se llama democracia sin serlo y algo que le dicen libertad, sin parecerlo.
Los peruanos queremos despertar de la pesadilla, para volver a soñar, para tener la oportunidad de construir nuestras esperanzas y hacerlas realidad.