¿Qué quieres ser cuando seas grande? Era la pregunta que nos hacían constantemente nuestros papás y nuestros profesores durante nuestra etapa escolar. Cuando éramos más chicos contestábamos, muy orondos, lo que siempre mencionábamos en nuestras aspiraciones infantiles. Yo siempre dije que quería ser marino. Pero después, en 4to. de media, al ver que faltaba un año para terminar, no sabía realmente que quería ser.
Cuando me preguntaban ¿qué quieres ser cuando seas grande? Contestaba que ya era grande, pero no estaba muy claro lo que quería ser, y es que aparecían muchas alternativas, me gustaba la música, el teatro, incluso el periodismo, pero pensaba que la literatura o el arte no eran profesiones solventes y el periodismo, lo veía más como un hobby. En esos años cuando un alumno llegaba a cuarto de media tenía que elegir entre ciencias o letras. Yo elegí letras.
Las angustias del último año escolar
El último año de colegio fue para nosotros el más complicado. Las reuniones, unas tras otra, eran constantes y para cualquier cosa que queríamos sacar adelante: elegir el anillo, la organización del viaje de promoción, los pormenores para la fiesta, etc. Pero yo, gracias a Dios, no estuve en esos ajetreos, tenía otros, que para mi fueron bastante complicados y estresantes.
Es que vivía metido en las actividades del colegio, pertenecía a la tropa Scout y me habían invitado para asistir a un Jamboree Scout Mundial. No veía cómo hacer para asistir porque tenía compromisos deportivos importantes: partidos de fútbol con la selección del colegio y competencias de velocidad 100 y 200 metros planos, que eran mi especialidad, además la posta 4 x 100.
El profesor Guerrero, que era mi entrenador en el colegio, me inscribió en la liga de atletismo de Lima, tenía entrenamientos semanales en el Estadio Nacional, allí entrenaban también Fernando Acevedo, que luego fue campeón nacional de 100 metros planos y Roberto Abugattás que era campeón de salto alto.
En esos años, otros deportistas del colegio como Manuel Beltroy, que era lanzador de bala y disco, Gino Solimano experto en salto alto, Augusto León Piqueras en garrocha y yo, apuntábamos a un campeonato internacional que se iba a realizar el año siguiente.
Yo tenía la agenda bastante complicada porque estaba muy comprometido con mi banda de rock (“Los COETS”) Todas las semanas ensayábamos; logramos cantar en la radio y en algunos festivales, además, soñábamos con grabar un disco.
Como podrá verse mi cabeza estaba como un bombo en esas actividades que me gustaban mucho y me hacían soñar. Con mis amigos conversábamos del éxito que íbamos a tener porque nos estaba yendo muy bien en todo. Nos sentíamos realmente exitosos metidos en nuestra “burbuja” Allí se centraban nuestros sueños, que eran alcanzables para nosotros. Nos sentíamos muy seguros.
Un magnífico y oportuno consejo
Un día, el director de Tradiciones me llamó y me preguntó, ¿tú quieres seguir una carrera universitaria? Le dije que sí y que me estaba animando por las humanidades (Letras), “Muy bien” me dijo y me hizo la siguiente pregunta: ¿y te estas preparando para ingresar a la universidad?
Me asusté un poco cuando le escuché porque me di cuenta a donde iba. Son esos momentos en los que uno ve, en un instante, que estás metido en demasiadas cosas y que no estaba dispuesto a soltar ninguna. Incluso estaba convencido que mi futuro, tal como se iban dando las cosas, sería exitoso, siguiendo las actividades en que destacaba.
Entonces, contesté a la pregunta que me hizo el director, como quien quiere cambiar de tema, le dije: “estoy repasando mis apuntes del balotario y mi papá me ha comprado la historia universal de Alberto Malet, que es un refuerzo bastante bueno para mis estudios”
El director sonrió y me sugirió, con mucha amabilidad, que entre al oratorio y le pregunte al Señor en mi oración a ver si Él estaba de acuerdo con el esfuerzo que ponía en mis estudios.
La verdad es que no me atrevía a entrar, porque intuía que el Señor me iba a reclamar.
Una decisión que me costó mucho
Después de darle muchas vueltas al tema y no encontrar alternativa, tuve que rendirme, y decidí yo mismo renunciar a las actividades que más me gustaban.
Si el día de hoy a un chico se le presenta este dilema, seguramente hubiera seguido con las actividades de sus sueños, y yo me pregunto ¿Qué hubiera sido de mi vida si no renuncio a esas actividades que me gustaban? Mi vida hubiera tomado otros derroteros.
Hoy tengo que agradecerle a Dios, y a las personas que Dios puso a mi lado, porque valió la pena la elección que hice, con plena libertad.
Efectivamente, en 1966, cuando tenía solo 16 años de edad, llevé ese tema a la oración y lo vi muy claro, no era suficiente recortar, había que dejarlo todo: scouts, atletismo, conjunto musical y mis sueños de ser exitoso.
A mis amigos no les gustó que los abandonara para ponerme a estudiar y trataron de convencerme para que siguiera con ellos. Me anunciaban todo lo que me iba a perder si los dejaba. Pero ya había tomado una decisión: dejar esas actividades para estudiar.
Me costó mucho, pero el propósito que le había hecho al Señor era firme.
En Tradiciones me ayudaron a ponerme al día en los estudios para la Universidad. La batalla que tuve que librar fue más brava de lo que había pensado y allí me di cuenta, lo que le he escuchado hace poco al Papa Francisco: “los chicos quieren correr rápido, pero son los mayores los que conocen el camino”
Los sueños y las ilusiones humanas
Hoy, cuando veo a la gente joven, afirmar de un modo contundente que quieren realizar sus sueños y que le exigen a los demás que respeten las decisiones que han tomado, recuerdo cuando San Josemaría nos contaba en Roma que él de joven les decía a los demás: “cuando me muera que me entierren de pie como los árboles” y al terminar esa frase, que había pronunciado de un modo contundente, alguien comentó en voz alta: “y en poco tiempo todos los huesos terminarán abajo”
San Josemaría tuvo que reconocer que era verdad y comentó criticándose a sí mismo: “pobre sandez humana”, por la afirmación contundente que había hecho sin mayor fundamento.
Gracias a Dios en esas edades juveniles tuvimos cerca gente muy buena, que nos hacía ver las cosas y coincidían con nuestros papás en los consejos que nos daban, que eran de sentido común y de experiencia humana. Para nosotros, los mayores tenían una gran autoridad y confiábamos plenamente en ellos.
Con respecto a la vida y al futuro San Josemaría nos decía que el Señor rompe muchas novelas que nos hacemos los seres humanos. Así fue.
No podemos olvidarnos que Dios tiene para nosotros un plan y puede ser bien distinto a nuestras aspiraciones
¿Qué pasó después?
Después de muchos años de estudio, regresé a Lima de sacerdote incardinado en la Prelatura del Opus Dei. Visité a mis amigos que había dejado antes en esas actividades que nos gustaban y que nos habían hecho soñar. Ellos tampoco pudieron cosechar muchos logros de sus sueños juveniles, porque la familia (se habían casado) y los trabajos, les había cambiado la vida y no tenían tiempo.
Ellos al verme de sacerdote, se alegraron mucho y juntos recordamos esos momentos que vivimos cuando éramos adolescentes y nos reíamos de las aspiraciones que teníamos con nuestros sueños juveniles.
Se sorprendieron mucho cuando les conté que yo, habiendo dejado todo por los estudios, me volví a encontrar con esas actividades que abandoné: seguía tocando guitarra, haciendo deporte y realizando muchos paseos y excursiones en los ambientes juveniles que me tocaron a lo largo de mi vida, por el trabajo que tenía con los jóvenes.
Yo aprendí que cuando tú le entregas a Dios, algo que te gusta mucho, el Señor te lo devuelve multiplicado y al mismo tiempo te llena de un amor increíble.
El ideal que Dios te propone es muy superior a todos los ideales que te puedas proponer tú, y va acompañado de una libertad que te hace ser, un extraordinario sembrador de paz y alegría en todo el mundo.
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