El autoritarismo gubernamental y la prensa crítica son locomotoras desbocadas a punto de chocar frontalmente; y cuando eso ocurra la víctima mortal será la libertad de expresión. Se repetirá así, el modelo del velascato en 1974, con el establecimiento de la censura, la incautación de medios y la persecución a periodistas independientes.
Política e ideológicamente el fenómeno es previsible. El régimen marxista es incompatible con la libertad de información porque para los rojos el rol de la prensa debe ser la propaganda revolucionaria y el reporte de la verdad oficial. Para ellos, las críticas, la investigación de actores políticos y económicos y el develamiento de las historias detrás de los personajes públicos son procedimientos hostiles que confunden a las masas y demoran la construcción del socialismo.
Por tanto son “patrañas” y “psicosociales” inadmisibles. Además, igual que en el velascato, la propiedad de los medios no debe ser privada y de los enemigos de clase, sino que debe entregarse a diversos sectores de la “comunidad organizada”: maestros, campesinos, obreros, etc.
La prensa liberal, en cambio, tiene un rol claramente asumido, debe informar, orientar, entretener y fiscalizar todo aquello que resulte de interés público. Y su libertad debe ser irrestricta bajo garantía constitucional y con responsabilidad de acuerdo a la ley; no habiendo crímenes ni delitos, salvo faltas subsanables con la rectificación. Además, quienes asesoramos a los constituyentes del 93 insistimos en que las libertades de prensa, expresión y opinión deben estar complementadas por una irrestricta libertad de empresa periodística.
Hoy el pivote más controversial son las amenazas directas contra Willax TV por su línea de información e investigación profesional que cimienta con solidez su postura editorial anticomunista. Pero otros espacios de la televisión y diversos periodistas a título personal están en la lista de coaccionados por la ojeriza del régimen castillista, al punto que uno de los más notables hombres de prensa, Beto Ortiz, ha debido exiliarse.
Al margen de esos casos emblemáticos, en honor a la verdad debemos reconocer que un buen sector de la prensa ha caído en la peor crisis ética y moral de su historia al haberse convertido en cómplice del golpismo y la corrupción del vizcarrato; y que muchos pseudoperiodistas ameritarían ser sancionados por su gorilesca inmoralidad. Pero nada, ni siquiera esa aberración, amerita que se les arrebate la libertad, porque eso solo sumiría al Perú en el oscurantismo, empujándolo a una cruenta protesta nacional.