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Reflexiones ante el abismo político y social en un país de muchos rumbos y cero coincidencias

Pienso que el "progre" y el "caviar" peruano, han evolucionado para convertirse en armas de exclusión mutua que la extrema izquierda utiliza para purgar a los "insuficientemente rojos"

by Ricardo Escudero
15/11/2025
in Politica
Si la inteligencia artificial piensa por nosotros, ¿puede atrofiarse nuestro cerebro?
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En la hora actual, donde la democracia peruana pende de un hilo raído por la corrupción y el odio, les hablo en primera persona, no para describir lo que soy, sino para proponer lo que creo que debemos ser. Pienso que el Perú merece más que lamentos; me parece que es tiempo de propuestas concretas, de un renacer basado en la libertad y el mérito. Les invito a este testimonio personal, como si estuviéramos sentados en una plaza limeña, compartiendo un café amargo que sabe a nuestra historia compartida.

Permítanme empezar por lo que más me quema el alma: la “izquierda del odio”, ese monstruo ideológico que ha envenenado nuestras venas colectivas e individuales durante años. Pienso que esa no es una izquierda de las que sueñan con justicia social, sino una variante tóxica, nacida de raíces marxistas sangrientas, que ve en la violencia y la descalificación el único camino al poder. Me parece que su esencia es el resentimiento puro, un odio extremo al éxito ajeno que se disfraza de empatía por los pobres, pero que en realidad los usa como combustible para su maquinaria destructiva. Recuerdo por eso algunas de mis intervenciones en diversos medios televisivos, desde el año 2017, cuando advertía cómo esta izquierda hipócrita marchaba a medio esfuerzo contra la corrupción de su socio Alejandro Toledo o del permisivo y procesado Kuczynski, pero callaba cómplice ante los escándalos de sus voceros y rostros más visibles como Nadine Heredia o Verónika Mendoza y los serviles aliados ocultos que luego apoyaron abiertamente al golpista de Castillo. ¿Dónde estaba su indignación entonces? Propongo, desde lo más profundo de mi convicción, que reconozcamos esta izquierda no como un espectro político legítimo, sino como una amenaza existencial a la democracia.

Este año 2025 vemos cómo se desmorona la izquierda bipolar, subversiva, la del odio: sin líderes carismáticos, sin propuestas viables, solo alaridos vacíos que intentan unir a revoltosos callejeros con académicos burgueses en un abrazo fallido. No hay “rojo bueno”, como algunos ingenuos insisten; no hay espacios para dialogar con quienes nos quieren eliminar en todo sentido; hay solo un ciclo de violencia que anula derechos individuales y exalta a delincuentes por encima de las víctimas. La izquierda quiere extinguir las Libertades, matar la Democracia, que, siendo muy frágil en el país, aún respira y necesita levantarse.

Y en el corazón de esta podredumbre que nos ataca usando al Estado cuando está en el gobierno (y permanece por décadas sin destetarse del aparato público) late la “era caviar”, ese periodo vergonzoso que observamos y señalamos, donde una élite progresista -periodistas y comunicadores militantes, activistas de ONG financiados por extranjeros, seudo intelectuales de escuelas exclusivas donde han sido los peores estudiantes- predica por los excluidos que no aloja en sus organizaciones como líderes o dirigentes, mientras se ríe de ellos en salones de la exclusividad progre y caviar (que al final, son casi lo mismo, la misma infección del mal).

Me parece que esta era caviar no es solo de hipocresía; es una desconexión criminal con el Perú real, el de las familias extorsionadas en los barrios populares o con los emprendedores ahogados por regulaciones estatales absurdas. Pienso que el “caviar” peruano, ha evolucionado para convertirse en un arma de exclusión mutua que la extrema izquierda utiliza para purgar a los “insuficientemente rojos”. En mis columnas en distintos periódicos peruanos, afirmo convencido que “ya no queda izquierda, solo odio”, y he denunciado cómo esta era fomenta la desinstitucionalización: mafias en el Congreso, jueces y fiscales comprados, un Estado que premia la coima sobre el mérito, burócratas de elevado sueldos y baja o nula productividad. ¿Y así creemos que funciona una nación?

No propongo reformas, sino acciones y decisiones radicales: desmantelar las redes de influencia caviar en medios y universidades, promoviendo un debate público basado en hechos verificados, no en etiquetas de falsedad que se redactan en las oficinas de alguno de los partidos marxistas o comunistas que operan a escondidas. Imaginen un Perú donde los fondos de ONG se auditen con transparencia brutal, donde los “caviares” que viven del Estado como asesores a dedo sean obligados a rendir cuentas ante el contribuyente de su trabajo. En esta hora difícil de 2025, con gobiernos como el de Boluarte que tambaleó por escándalos heredados de Castillo, Sagasti y Vizcarra, veo el colapso de la era caviar como una oportunidad inigualable: su violencia diaria -esa criminalidad urbana donde inmigrantes ilegales sirven de brigadas ideológicas y batallones de extorsión y sicariato- se vuelve contra ellos mismos, reduciéndolos a un foso de inmundicia donde ellos se quitan de la vida humana y se quitan la vida entre delatores y delatados.

Propongo, con la fuerza de quien ha visto caer imperios ideológicos que, en materia de liderazgo, donde el Perú clama por figuras auténticas, no por “Don Nadie y Don Nada” como los que hemos tenido en Palacio de Gobierno, que debemos forjar una red ciudadana, no partidaria, que eleve a líderes del mérito: emprendedores que generen empleo, maestros que eduquen sin adoctrinar, policías que protejan sin extorsionar.

En La Abeja, Vox Populi, Posición.pe La Razón y Minuto Digital news, he escrito sobre cómo el Congreso ha sido destrozado por mafias sindicales y cárteles políticos; propongo una Convención Constituyente ciudadana, no una asamblea constituyente capturada por las izquierdas violentas y resentidas, para blindar la Constitución de 1993 contra subversiones y petardeo extremista. Imaginen incluir artículos constitucionales que penalicen severamente al comunismo y sus máscaras, como el “pensamiento Gonzalo de la Nueva Era” -ese ideario terrorista que genera violencia callejera y confunde a los más jóvenes- con penas ejemplares a sus promotores y financistas; artículos constitucionales que fomenten la generación sostenible de propiedad privada como pilar de la dignidad humana, artículos constitucionales que protejan la identidad de toda persona para que no sean invadidas o manipuladas en su condición humana. Y así, muchas otras normas constitucionales que nos recuperen como sociedad y nación.

Segundo, sobre la corrupción, esa plaga que la izquierda del odio ha hecho endémica: en mis análisis para Minuto Digital, he expuesto cómo el Foro de Sao Paulo y sus títeres -desde Humala hasta Petro en Colombia- convierten el Estado en botín de guerra. Me parece urgente una “oposición valiente”, como la que llamé a formar en 2022: ciudadanos alzando la voz no en marchas caóticas, sino en foros estructurados que exijan auditorías independientes a Odebrecht y sus ramificaciones mafiosas. Propongo un Instituto Nacional Anticorrupción, con catedráticos universitarios probos y tecnología blockchain para rastrear flujos de dinero público. No más “gabinetes antisubversivos” maquillados, sino un gabinete de la libertad, que desarme los remanentes del ahora denominado “militarizado partido comunista del Perú”, o sea, Sendero luminoso, y restituya el orden con mano firme, permanente y siempre justa.

Tercero, en lo social y económico: la izquierda del odio ha matado el sueño del Perú productivo, condenando a subsidios que atan al Estado como un yugo. Propongo una Acción Nacional por el Mérito: soportes para Pymes que contraten jóvenes -sin cuotas ideológicas-, educación técnica masiva en Regiones, que forme en múltiples oficios reales, no en teorías utópicas. Siempre he insistido y ahora con mayor contundencia, que la izquierda hipócrita ignora la inseguridad y la pobreza real de millones, para ganar aplausos en redes, que gracias a Dios no se transforman en votos; me parece que debemos invertir en Barrios de Familias Seguras, con amplia inteligencia comunitaria, no con brigadas digitadas políticamente, que profanan la democracia.

Para 2026, con elecciones asomando, imagino un Perú que se convierta en símbolo de unidad, no de división; pero con más de treinta probables candidaturas presidenciales en curso, debemos estar alertas de todos ellos, pero sobre todo de los que les acompañan en sus planchas presidenciales y más alertas todavía, en los que van al nuevo Senado y la nueva Cámara de Diputados, porque se presentan como la opción “perfecta” para infiltrar a los cárteles del delito y economía ilegal, junto a servicios de inteligencia paralelos, que desde ONG activistas y círculos de corruptos elementos que estuvieron en la Policía Nacional y medios, influyen en la agenda de siembra de acusaciones y fake news.

En esta hora, con el mundo mirando cómo Latinoamérica se desangra entre populismos fallidos -Lula en Brasil, Correa en Ecuador, Evo y Arce en Bolivia, los Kirchner y Fernández en Argentina, Boric en Chile-, les afirmo que el tiempo de la izquierda del odio y la era caviar se está acabando y que nosotros, los ciudadanos y nuestras familias, dependemos de nuestras decisiones de hoy para tener un futuro mañana, acelerando esa extinción del discurso y rostros de la maldad. El declive de la izquierda del odio no es casual; es el rechazo visceral del pueblo a sus engaños sin argumentos, sin propuestas, sin ideas. Por eso, los peruanos de bien, podemos renacer para poder reconstruir el orden social, proponiendo una sociedad de valores y virtudes, donde el odio ceda al diálogo, la corrupción al mérito, y el caviar al pan de cada día ganado con sudor.

Me parece que si levantamos la voz ahora -como lo hacemos en aquellas plazas virtuales-, forjaremos un Perú soberano, libre y próspero.

El café se enfría y ya comenzó la nueva manipulación.

Tags: era caviarizquierda del odioperúRicardo Escudero
Ricardo Escudero

Ricardo Escudero

Columnista de opinión política, análisis social y previsional.

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