El valle de Apurímac, Ene y Mantaro comprende una extensa zona de la selva alta principalmente, donde se usan los ríos como vías de transporte para la comercialización de drogas, madera fina extraída ilegalmente, trata de personas y venta de especies animales protegidas.
Alrededor del VRAEM hacia la zona de sierra, existe una línea de geografía complicada donde los caminos son de difícil tránsito por lo inhóspito, el estado en el que se encuentran, los parajes desolados, la ausencia de vigilancia militar o policial y la desconfianza de los pobladores ante cualquier presencia ajena a ellos.
Adicionalmente no existe infraestructura de servicios públicos eficientes como hospitales o centros de salud debidamente construidos y equipados para soportar el frío o el excesivo calor que cada zona soporta, ni tampoco se cuenta con profesionales en las especialidades más requeridas. Un Pediatra, ginecólogo, geriatra, cirujano, cardiólogo o traumatólogo es complicado de ubicar ante una emergencia, menos para una consulta habitual.
Las escuelas carecen de habilitación completa. Son frías construcciones o módulos que hierven bajo el sol. Internet parece una ilusión, el soporte en material educativo y de salud un sueño lejano. Peor en las casas, mal en las escuelas.
En medio de esta realidad, nos detiene un grupo de 30 mochileros custodiados por personas provistas de armas modernas. Los mochileros son hombres jóvenes, estudiantes que no van a sus escuelas y han sido convertidos en transportistas fuera de ruta que escalan fácilmente las alturas llevando cerca de 30 kilos de droga en sus espaldas. Ellos ascienden por caminos donde sólo se puede ir a pie y de esta forma evitan controles y capturas. Descansan en cuevas adaptadas en el camino, los helicópteros no los divisan, ni las patrullas conocen sus senderos.
Es común en noches de luna llena ver en el perfil de las montañas una hilera que parece de hormigas moviéndose sobre la línea del horizonte, son los mochileros de la droga.
Luego de llegar a puntos de almacenaje, se descubren pistas de avionetas que trasladan la carga del narcotráfico hacia puntos intermedios donde se embala la droga en apenas cinco minutos para que despeguen los vuelos hacia sus destinos finales en Brasil, Colombia o Venezuela y de allí a sus centros de comercialización en distintas partes del mundo.
Todo esto se comenta y se sabe en el VRAEM. Las libélulas –como se les llama a los vuelos nocturnos- no paran en su frecuencia, los camiones donde se acomoda la droga siguen en convoyes su paso hacia Lima y otras ciudades. Por eso, hay que replantear el trabajo ciudadano ante el narcotráfico protegido por hordas terroristas, debemos informar en redes sociales, alertar usando todos los medios a nuestro alcance y presionar para que eliminen de sus puestos y se procese a decenas de “autoridades” que están en las planillas de los Cárteles bolivianos y venezolanos de tráfico de drogas.
Diez años perdidos en el VRAE que luego sumó la extensa zona del Mantaro para que se llame luego VRAEM, nos hacen ver la necesidad de replantear el trabajo ciudadano ante el narcotráfico protegido por hordas terroristas, en una perniciosa suma que conocemos como narcoterrorismo, protegida ahora se sabe, desde el gobierno y el congreso.
¿Por qué opinamos así? Porque si nada se hace y todo se complica en la lucha contra el narcotráfico, teniendo el poder y la responsabilidad para hacerlo desde el gobierno, desde el congreso, la respuesta se hace evidente. Complicidad.
Fotografía, nuestras FFAA luchando en el VRAEM mientras el gobierno los abandona a su suerte